Cuanto más vacíos o desorientados nos sentimos, más ruido hacemos. Una simpática leyenda cuenta que, en lo alto de un monte, estaban un maestro y su discípulo. El maestro preguntó al discípulo: - ¿Qué oyes desde aquí?

A lo lejos se oía un ruido incómodo que se iba acercando. El discípulo respondió: - Un carro de metal que viene rebotando por el camino de piedras y cada vez está más cerca de nosotros.

El maestro intervino:

¿Solo oyes un carro? Recuerda que siempre vienen dos a esta hora.

El discípulo, un poco sorprendido, preguntó:

Maestro, tienes razón. Siempre sé que vienen dos. Entonces, ¿por qué solo se oye uno?

Mirándole a los ojos con cariño, el maestro sentenció: - Porque, al igual que ocurre con las personas, siempre hacen más ruido los que están vacíos.

Cuánta razón tenía el maestro de la leyenda. Experimentamos que, cuanto más vacíos o desorientados nos sentimos, más alterados, irritados o quejosos nos volvemos. Más ruido metemos.

Por eso, necesitamos llenar diariamente nuestro interior con palabras y experiencias que colmen ese vacío. Acudir diariamente a la fuente de agua que sacie nuestra sed.

Desde hace siglos la espiritualidad cristiana nos ayuda a acceder a esa agua que es la Palabra de Dios. En ella experimentamos que no estamos solos porque existe un Dios que nos habla y al que podemos escuchar. En ella descubrimos el amor de Dios que ha acompañado al ser humano a lo largo de la historia. En ella sentimos que Dios guía nuestra vida porque siempre nos toca el corazón. Podemos, incluso, contemplar esa Palabra hecha sonrisa, gesto amable, voz, llanto y rostro de Jesús de Nazaret. En la meditación cristiana, además, la Palabra de Dios nos ayuda a contemplarnos como hijos queridos de Dios.

Existen recursos para meditar la Palabra: varias ediciones de la biblia, comentarios al evangelio de cada día, el rosario online, podcasts en Spotify, programas de radio... Pero necesitamos algo más: un corazón dispuesto para acoger la Palabra de Dios.

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