etica Equivocadamente se pensó en el pasado que el “bien” y el “mal” eran categorías que dependían de algo externo al ser humano.

En otras palabras, la moral se hacía depender de la ley, de lo que está mandado. No hay duda de que en esta concepción de una moralidad extrínseca jugó un papel importante la religión y su forma de educar la conciencia, basada sobre todo en el Decálogo.

Fue un pensador de la modernidad, Emanuel Kant († 1804), quien puso de relieve lo que él llamó la “moral autónoma”. Una acción no es buena o mala simplemente porque obedece a algo que está mandado o determinado por una ley exterior al sujeto, sino porque es algo que objetivamente perjudica o daña a la humanidad. Y el criterio para discernir está en la misma naturaleza humana.

Sin querer dar su aprobación a toda la doctrina moral kantiana, hay que darle su mérito por propugnar una formulación de la moral que aboga por la responsabilidad de parte del sujeto, sin descargar el criterio de juicio simplemente en la ley, en lo que está mandado o prohibido.

El bien o el mal no dependen de Dios, de la Iglesia, de las leyes sociales, de la cultura o la costumbre. Es bueno lo que nos desarrolla, lo que favorece nuestra plenitud como seres humanos, en sentido integral. Por el contrario, es malo aquello que nos perjudica, lo que frena o impide nuestro desarrollo integral, tanto a nivel individual como a nivel social, comunitario. En consecuencia, si Dios o las leyes humanas mandan o prohíben algo es precisamente porque favorece o impide el alcance de la plenitud humana. Dicho de otra manera, una cosa no es mala porque está prohibida, sino que se prohíbe porque es mala.

En la concepción de la moral que Kant llama “heterónoma”, esto es, basada en un criterio exterior al sujeto, fácilmente se cae en el infantilismo moral. Es todavía muy frecuente, en el ámbito religioso, que las personas acudan al sacerdote para preguntarle: “¿es malo esto o aquello?” o “¿es permitido hacer esto o lo otro?” Una cosa es pedir una orientación e iluminación de la conciencia en casos difíciles, lo cual es propio de una persona adulta que quiere actuar con responsabilidad, y otra cosa es cuando la pregunta se convierte en expresión de dependencia infantil o de pereza mental.

La moral no es simplemente la aplicación de un recetario en donde están contenidas todas las posibles opciones, con su valoración preestablecida. Es un ejercicio de responsabilidad que implica un compromiso por la búsqueda del bien, más aún, de lo óptimo. En este ejercicio, la ley es un elemento que ciertamente ayuda a discernir, pero no me evita la responsabilidad personal. La ley es, como decía San Pablo, un “pedagogo”, cuya función es señalar o determinar aquellos valores que favorecen, en el caso del bien, o impiden, en el caso del mal, el pleno desarrollo de las personas. Así, la ética no es tanto un cumplimiento de normas cuanto una orientación de la propia vida hacia el logro de auténticos valores que me hacen ser humano y cristiano en plenitud.

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