Entrega total por amor “La entrega es un amor total y no parcial, exclusivo y no compartido, para siempre y no temporal, y abierto a la vida”.

La sexualidad humana es un invento divino. Va unida a la creación de nuestros padres Adán y Eva. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: ‘Sean fecundos, multiplíquense’” (Gn 1,27-28). Y dijo también: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada... El Señor Dios hizo una mujer y se la presentó al hombre... Por eso el hombre abandona a su padre y a su madre, se une a su mujer y se hacen una sola carne” (Gn 2,18.22.24). Jesús en Mt 19,6 añadió: “De manera que ya no son dos sino una sola carne. De manera que lo que Dios unió no lo separe el hombre”.

De todo esto deduce la tradición eclesial que la sexualidad es buena, en sí misma. Varón y mujer son dos maneras de ser persona humana. De igual dignidad y derechos, pero desiguales y complementarios en lo demás. No solo en el cuerpo, sino también en la mente y el corazón.

Resulta también que el ser humano es imagen de Dios no tanto como individuo sino como comunidad de amor, y la pareja humana es la primera y más importante comunidad humana, unidos por un amor indisoluble, y abiertos a la vida. De hecho, Dios, que es uno solo, no es un solitario, sino una comunidad de tres personas que se aman: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tanto Dios como la familia son una íntima comunidad de vida y amor. Ahí está la semejanza.

Deducimos, pues que el fin de la sexualidad es manifestar el amor comprometido y dador de vida. La sexualidad es un bien, pero no un fin en sí misma, sino un medio al servicio del amor indisoluble de una pareja heterosexual abierta a la vida: amor total y no parcial, exclusivo y no compartido, para siempre y no temporal, y abierto a la vida. Sólo en el matrimonio se dan las características del verdadero amor de pareja.

La falta de una sola de esas características hace incompleta cualquier uso de la sexualidad humana. De ahí el mandamiento: no fornicar o no cometer adulterio y no desear la mujer del prójimo, o no consentir pensamientos ni deseos impuros.

El cauce para el uso constructivo y bendecido de la sexualidad humana es el amor comprometido en matrimonio. Como ocurre con el agua, mientras esta se mantenga en su cauce es buena para dar vida. Pero si se desborda produce destrucción. El uso de la sexualidad dentro de su cauce se llama castidad. El uso de la sexualidad fuera de su cauce se llama lujuria. La lujuria utiliza al otro como medio para la satisfacción, al margen del amor. Se da irrespeto y abuso en vez de amor.

Porque la virtud de la castidad consiste en encauzar la rica energía sexual, al servicio del amor verdadero. Amor y sexualidad están relacionados, pero no son lo mismo. Lo más importante, que siempre debe prevalecer, es el amor.


¿Y los solteros?
Es claro que la persona casada encauza su energía sexual a través del amor comprometido con su cónyuge. Pero qué pasa con la sexualidad de las personas solteras o que por diversos motivos no se casarán.

Pensemos en Jesús. Él redimió el matrimonio que, después del pecado original, había quedado golpeado por la ‘dureza de los corazones’. No solo lo redimió para hacer posible lo que era ‘en el principio’ (desde la creación), sino que lo elevó al rango de sacramento.

Si aplicamos la definición de amor que nos enseña Jesús veremos claramente que tiene sentido: “No hay amor más grande que dar la vida por la persona a quien se ama”. Este es el núcleo de la esponsalidad, la entrega total por amor. Vemos entonces que para casados y solteros, la naturaleza de la virtud de la castidad no cambia en el fondo: siempre deberá encauzarse la energía sexual, que es omnipresente y buena, al servicio del amor verdadero, lo cual, en este caso, implica un amor que se expresará en forma no sexual. Así como, desgraciadamente, se da sexo sin amor, así, dichosamente, también se puede dar amor sin sexo.

Los cónyuges expresan su amor genitalmente. Los no casados lo expresamos de otras múltiples maneras. Quienes tienen la vocación de seguir más de cerca el estilo de vida de Jesús (presbíteros, y vida consagrada), experimentan una forma de amor que llena la vida de sentido, aunque se prescinda de la sexualidad genital. A lo que no se puede renunciar es al amor. Es necesario amar a alguien de alguna manera. En este caso su amor a Dios sobre todas las cosas se manifiesta en la misión, la evangelización, a la promoción social, dedicación a la feligresía, a niños abandonados, a los enfermos, ancianos, jóvenes educandos, voluntariado, obras de misericordia, etc. En definitiva, la vida cristiana tiene que ser una entrega total por amor hasta la muerte si es necesario.

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