Eberl 1

Salesiano coadjutor 1908-2004

-A ver si se me pega un poco de tu santidad-, repetía yo espontáneamente en mi interior mientras velaba su cadáver en la iglesia del Teologado Salesiano en Guatemala la mañana del 20 de enero en espera de su sepelio. Era el día de san Sebastián mártir. Día de su onomástico. –Es el día de san Sebastían Eberl-, había dicho esa madrugada uno de los estudiantes de teología.


- A ver si se me pega un poco de tu sencillez, de tu bondad, de tu amabilidad, de tu servicialidad, de tu laboriosidad, de tu disponibilidad, de tu austeridad, de tu humildad, de tu fidelidad…

“Muchas gracias, padre” fue la expresión que más he oído de su boca durante los doce años que convivimos en la misma comunidad del Teologado. Constantemente tenía la palabra “gracias” en los labios para todas las personas con quienes se relacionaba. En realidad, éramos nosostors quienes estábamos en deuda de gratitud con él, que era el servidor de todos.

El señor Eberl hacía todo en el Teologado, hasta que en 1993 recibió un bastonazo en la cabeza por un asaltante que le arrebató la limosna de la parroquia en el parqueo de vehículos frente a un banco. Tenía 85 años. A partir de entonces dejó de conducir automóvil y ser el hombre de todos los trabajos en el Teologado.

Don Sebastián Eberl nació en Austria. Tuvo que interrumpir los estudios por la necesidad de trabajar en el campo mientras su padre José participaba en la primera guerra mundial. Conoció a los salesianos por medio de la revista Estrella Alpina. En la secundaria le empezaron unos dolores de cabeza y de ojos que le dificultaban los estudios.

Con 24 años de edad, llegó a El Salvador con el deseo de ser sacerdote. Hizo el noviciado en Ayagualo donde profesó como salesiano en 1934. Se le desaconsejó seguir los estudios eclesiásticos por los fuertes dolores de cabeza que le acompañarían toda la vida. Optó entonces por la vida salesiana como hermano coadjutor.

Trabajó en Comayaguela (Honduras), Granada (Nicaragua), Panamá, Ayagualo (El Salvador). Ejerció diversos servicios: enfermero, chofer, maestro…

Desde 1956 hasta el final de su vida vivió en el Teologado Salesiano de Guatemala: más de 47 años. Cuenta “don Eberito”, como cariñosamente lo llamaban los salesianos: “En el Teologado había mucho trabajo. Me levantaba a las cuatro de la mañana para dar de comer a las vacas y a las gallinas. Ha sido la experiencia más difícil que he pasado, pues no soy muy amigo de los animales. Ni siquiera de los perros. En una oportunidad me mordió un perro. Desde que me vio, me clavó los ojos y luego me mordió en la pierna. Logré agarrarlo del cuello y lo arrastré hasta la puerta del corral donde lo dejé encerrado. Me llevé un buen susto. Gracias a Dios, no tenía rabia”.

Los dolores de cabeza nunca se le quitaron. Disminuían de noche, pero no cesaban durante el día. El golpe en la cabeza lo dejó inútil para el trabajo manual y le creó problemas de vértigos. Empezó entonces a usar bastón y fue perdiendo lentamente la vista y el oído.

Al no poder ni siquiera leer, el día se le hacía largo. El no poder oír las conversaciones en los momentos comunitarios le producía sensación de aislamiento. La pasividad era lo que más le hacía sufrir en los últimos años: sentirse dependiente después de que todo había dependido de él, ser servido cuando él había servido a todos, no poder hacer nada cuando todavía seguía preocupándose de todo.

Don Sebastián Eberl se fue apagando muy lentamente hasta que se extinguió por completo el 19 de enero de 2004. Había cumplido 96 años de edad.

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