PatioAntiguo Cuando miramos la experiencia de vida de Don Bosco, nos damos cuenta de que la esperanza es una planta de raíces profundas, que vienen de lejos; raíces que se fortalecen en épocas difíciles y en caminos que requieren mucho sacrificio.



Este ha sido el caso, desde los primeros años, de Juan en I Becchi, huérfano, con mamá Margarita que tiene que afrontar tiempos de hambruna y las penurias de la convivencia doméstica.

Cuando tenía una esperanza muy humana de que podría existir para él un futuro, porque soñaba contando con la protección de Don Calosso, la muerte del anciano párroco golpea esa esperanza. Y la realidad familiar y la mirada atenta y aguda de una madre que busca lo mejor para su hijo, aunque su corazón de madre sufra, lleva a Juan a transformarse en un migrante ya a los doce años.

Pero es precisamente en estas circunstancias que la palabra y más aún, el ejemplo de su madre, abren la mirada de Juan a un horizonte mayor, y lo hacen capaz de mirar hacia lo alto y de ver lejos.

Este será también el caso en el momento crucial de la elección vocacional, donde Margarita le pide a su hijo que no se preocupe en absoluto ni por ella ni por su futuro, y que su corazón nunca se apegue a las seguridades de esta tierra: «Si decides ser sacerdote y por desgracia llegaras a ser rico, no iré a verte ni una vez. Recuérdalo bien».
Años más tarde Don Bosco, mostrándole el Crucifijo, reavivará el corazón de la madre desanimada y cansada, encendiendo nuevamente en ella esa esperanza que la llevará a permanecer fiel hasta la muerte a la misma misión que compartió con su hijo desde los inicios del Oratorio de Valdocco.

Esta esperanza de raíces robustas será muy necesaria para todo lo que Don Bosco vive y da vida, desde su llegada a Turín hasta su último aliento.

Por los frutos se reconoce el árbol: de cómo tantas vidas de jóvenes han resucitado de situaciones de abandono y desesperación hasta llegar a la santidad, se entiende cómo la esperanza habitaba el corazón de Don Bosco y cómo esa sobreabundancia tocó y transformó las vidas de aquellos que él encontraba.

Incluso en los años de su obra más intensa, Don Bosco nunca fue un héroe solitario. Siempre tuvo a su lado a quienes avivaron en él el fuego de la fe, de la esperanza y de la caridad. Y también la confianza ilimitada en María fue para él un alimento constante de esperanza. Cuanto más se expresa esta confianza en empresas humanamente imposibles –pensemos en la construcción de la Basílica de María Auxiliadora y en el comienzo de las misiones en América del Sur– más Don Bosco es el primero que ve «qué son los milagros».

Creer que siempre hay un punto accesible al bien en cada corazón, en cada experiencia de vida, incluso en la que aparentemente parece más alienada, es el resultado de la experiencia fundamental de acompañamiento y asistencia que Don Bosco sacerdote atesoraba aquí en la tierra.

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Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 250 Marzo Abril 2021

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