Atilio Giordani, Durante décadas fue un catequista diligente y un animador constante e ingenioso, con mucha sencillez y alegría. Nació en Milán el 3 de febrero de 1913. Desde muy joven se distinguió por su gran pasión por el oratorio salesiano de San Agustín y, ya a los dieciocho años, por su dedicación a los jóvenes que lo frecuentaban.

 Durante décadas fue un catequista diligente y un animador constante e ingenioso, con mucha sencillez y alegría. Se ocupaba de la liturgia, de la formación, de los juegos, del tiempo libre, del teatro. Amaba a Dios con todo su corazón y encontraba en la vida sacramental, la oración y la dirección espiritual el recurso para la vida de la gracia.

Durante su servicio militar que comienza en 1934 y termina, con altibajos, en 1945, demuestra un sentido apostólico entre sus compañeros. Trabaja en la fábrica Pirelli en Milán donde también contagia alegría y buen humor, con el más profundo sentido del deber. El 6 de mayo de 1944 se casó con la catequista Noemí D'Avanzo. Tendrán tres hijos: Piergiorgio, Mariagrazia y Paola.

En su propia familia es esposo y padre lleno de gran fe y serenidad, en una deliberada austeridad y pobreza evangélica en beneficio de los más necesitados. Sin quitarle nada a la familia, hizo del oratorio su segunda familia, poniendo al servicio de los muchachos su rica inventiva y un extraordinario arte educativo.

De acuerdo con su esposa Noemí, parte para Mato Grosso (Brasil) para compartir la elección de los hijos en el compromiso misionero. El 18 de diciembre de 1972, durante una reunión, después de haber hablado con entusiasmo y ardor sobre el deber de dar la vida por los demás, de repente sintió que se desmayaba. Apenas tuvo tiempo de decirle a su hijo: «Pier, sigue tú» y murió de un infarto. Es venerable desde el 9 de octubre de 2013.

Su vida de cristiano, apostólicamente comprometido, tomó una orientación tan decisiva y personal como para descubrir (estas son todas frases suyas): «La alegría de servir a Cristo»; «No seas un simple buen hombre»; «Vivir en el mundo sin ser del mundo»; «Ir contra la corriente»; «No busques, sino da»; «Hay que vivir lo que se quiere vivir».

Esta maduración crece en las diferentes etapas de su vida: como adolescente, como joven soldado, como soldado en el frente militar greco-albanés, como muestra su «diario de guerra». Incluso la elección de su prometida Noemi D’Avanzo está motivada por razones de fe, como le escribe en una carta: «El Señor, al acercarme a ti, puso ante mis ojos tu amor y espíritu de entrega hacia los predilectos del Salvador, esto fue el manantial más alto, que me incitó a pedirte un compañero».

La fe de Attilio es tan grande que es verdaderamente un "signo" de la presencia de Dios: en la familia, en el oratorio, en la comunidad parroquial y, para cuantos se encuentran con él, una fe que, más que proclamada, resplandece a través de sus acciones y de su manera de ser: «La medida de nuestra creencia se manifiesta en nuestro ser».

 

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