Es una constante, dentro de la Sagrada Escritura, que la intervención salvadora de Dios tiene lugar no de una forma directa, inmediata y espectacular, sino de una forma discreta y a través de intermediarios humanos. Por eso elige personas como Abraham, Moisés, los profetas, los Apóstoles, etc.
Este método pone a prueba nuestra fe, porque preferiríamos ver a Dios en su Gloria, directamente. Pero la misma Escritura dice que si viéramos directamente a Dios moriríamos (Ex 33,20). Por eso también Dios se encarnó en el hombre Jesús, en el cual, sin embargo, habitaba la plenitud de la divinidad, corporalmente (Col 2,9-10). Jesucristo es el Mediador perfecto entre Dios y los hombres.
Una cita clave sobre la institución del sacramento del Orden Sacerdotal es Mt 28,18ss: “Acercándose a ellos, Jesús les dijo: 'Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el final de los tiempos'.” Lo mismo pasa con Juan 20,21-23: “Como me envió el Padre, así también yo los envío. 22 Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonen los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retengan, les son retenidos”. San Pablo dirá en 2Co 5,18: “Dios nos ha confiado el ministerio de la reconciliación”.
Muy particularmente a Pedro Jesús le dice en Mt 16,18-19: 18 Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. 19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desates en la tierra será desatado en el cielo”.
Podemos fijarnos ahora al evangelio del jueves santo donde Jesús, después de convertir el pan y el vino en su cuerpo y sangre, dice “Hagan esto en conmemoración mía”. Estas palabras son el origen de la celebración de la Eucaristía, en la cual se actualiza y se hace presente la entrega total por amor hasta la muerte de cruz de Cristo por nosotros y que es la causa de nuestra salvación eterna.
Porque así le ha complacido a Él, Jesús delegó poderes divinos en seres humanos débiles. Esto hace de ellos canales indignos, pero eficaces de su gracia salvadora.
Consciente de la crisis vocacional y de los escándalos de algunos ministros, Juan Pablo II dijo en una ocasión a los sacerdotes: “¡Queridos hermanos! Ustedes, especialmente si dudans del sentido de su vocación o del valor de su servicio, piensen en los lugares donde esperan con ansia al sacerdote, y donde desde hace años, sintiendo su ausencia, no cesan de desear su presencia. Y sucede alguna vez que se reúnen en un santuario abandonado y ponen sobre el altar la estola aún conservada y recitan todas las oraciones de la liturgia eucarística; y he aquí que en el momento que corresponde a la consagración desciende en medio de ellos un profundo silencio, alguna vez interrumpido por el sollozo... ¡Con cuánto ardor desean escuchar las palabras, que sólo los labios de un sacerdote pueden pronunciar eficazmente (‘esto es mi cuerpo’)! ¡Tan vivamente desean la comunión eucarística, de la que únicamente en virtud del ministerio sacerdotal pueden participar!, como esperan también ansiosamente oír las palabras divinas del perdón: ‘yo te absuelvo de tus pecados’. ¡Tan profundamente sienten la ausencia de un sacerdote en medio de ellos! Estos lugares no faltan en el mundo. ¡Si, en consecuencia, alguno entre ustedes duda del profundo sentido de su sacerdocio, si piensa que ser sacerdote es ‘socialmente’ infructuoso o inútil, medite en esto!”
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