La fe cristiana se mantiene en pie o desaparece, dependiendo de si realmente Cristo ha resucitado de entre los muertos. De manera que, como dice S. Pablo: "Si Cristo no ha resucitado nuestra fe es vana" (1Co 15,14).
Sin la resurrección, Jesús sería un gran personaje de la historia, pero, al fin y al cabo, un hombre como los demás. No sería ‘el criterio que todo lo mide’. Y eso significa que los humanos estaríamos abandonados a nosotros mismos en este mundo. Sin esperanza.
Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del ser humano.
Cuando Cristo resucitó, los testigos se encontraron ante un fenómeno totalmente nuevo para ellos, completamente inusual, y fuera de su propia experiencia. Algo más allá de lo que pudieran haber imaginado.
Ya Jesús les había anticipado que el Hijo del hombre resucitaría de entre los muertos (Mc 9,9s). Pero ellos se habían preguntado qué querría decir aquello de 'resucitar de entre los muertos'. Los discípulos no lo sabían, y debieron aprenderlo únicamente al ver y tocar a Jesús.
La resurrección de Jesús no consistió en un milagro de que un muerto vuelve a la vida, como Lázaro, y que después vuelve a morir. Ello no hubiera representado mayor interés. En la resurrección de Jesús ha ocurrido algo completamente diferente. Jesús no ha vuelto a la vida humana normal de este mundo. Él ha pasado a un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a los cambios y a la muerte; ha inaugurado una nueva forma de ser hombre. Él ha entrado en una vida distinta, nueva; ha entrado en la inmensidad de Dios. Esto era algo totalmente inimaginable también para sus discípulos, por lo cual necesitaron un cierto tiempo para orientarse.
Lo cual interesa a todos, porque abre un tipo nuevo de futuro para la humanidad entera. Cristo resucitó de entre los muertos como el primero entre muchos (1Co 15,16.20). La resurrección de Cristo tiene repercusiones universales.
Con la resurrección de Cristo no se trata tampoco de la resurrección de los muertos al final de los tiempos, cosa en la que ya creían los judíos. No. Cristo resucitó a una condición diferente. Era algo nunca visto y, por tanto, no inteligible al inicio.
Lo mismo había pasado con la muerte de cruz. Nadie había imaginado un Mesías crucificado. Cuando sucedió la Pasión, obligó a los discípulos a interpretar las Escrituras de un modo nuevo (por ej., Is 53 donde se dice: “Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos curado”). Con lo cual las Escrituras adquirían un sentido más pleno.
Esta nueva comprensión de las Escrituras podía comenzar únicamente después de la resurrección, ya que sólo por la resurrección de Jesús quedó demostrado que era el verdadero Hijo de Dios. Ahora sí era posible la fe y la total confianza en Él.
Los Apóstoles, después de mucho titubeo y del asombro inicial, se rindieron ante la evidencia: “Es realmente Él. Vive, nos ha hablado, y ha permitido que le toquemos”.
Ahora bien, ¿podemos dar crédito, hoy día, a un testimonio como éste, después de tantos progresos científicos? Pero en la resurrección se habla de algo que va más allá de la ciencia. Se nos dice más bien que hay otra dimensión además de las que conocemos hasta ahora.
Joseph Ratzinger se expresa así: ¿No puede darse algo inesperado, inimaginable, algo nuevo? Si Dios existe, ¿no puede acaso crear también una nueva dimensión de la realidad? La Creación, en el fondo, ¿no está en espera de una mutación definitiva? ¿Acaso no espera toda la humanidad, la superación de la muerte?
Para los testigos oculares, la resurrección de Cristo fue un acontecimiento tan impresionante y real, y se manifestaba con tanta fuerza ante ellos, que desvanecía cualquier duda, llevándolos, con una valentía absolutamente nueva, a presentarse en público, ante el mundo, para dar testimonio: ¡Cristo ha resucitado verdaderamente! Por esta verdad dieron su vida. Y por eso también nosotros creemos y estamos alegres.
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