Examinando las vocaciones bíblicas de Abraham (Gn 12,1-4), Moisés (Ex 3,1-12) y Samuel (1Sm 3,1-21), y muchas otras, podemos concluir lo siguiente: Ante una situación de peligro, esclavitud, pecado, o gran necesidad, Dios que ama a los seres humanos, interviene para salvar y liberar. Se trata de una iniciativa divina.
Para ello Dios llama a una persona humana, de por sí indigna, para que sea su profeta, su representante, su mediador de salvación, su colaborador, o instrumento de su gracia.
En realidad, Dios tenía escogida a esa persona desde siempre, para que formara parte de su plan de salvación.
Para la persona elegida, resulta inesperada la llamada. No es algo que se haya deseado, o sea del agrado de la persona, o que se haya solicitado previamente; más bien la llamada asusta e incomoda.
Pero se trata de una persona de Fe porque en algún momento ha tenido lugar un encuentro personal con Dios, una experiencia religiosa, que deja muy claro quién es Dios en cuanto Dios (su grandeza, poder, bondad, amor...) y quién es uno mismo en cuanto criatura. De ahí surge hacia Dios una actitud básica de confianza.
Dios llama para confiar una misión concreta. La misión siempre supera las capacidades humanas del elegido.
La misión supone para el elegido, ruptura con su esquema mental anterior, con su cultura, con sus seguridades (país, tierras, familia, propiedades, negocios, amigos, etc.). Se enfrenta ahora con lo desconocido, con lo incierto e inesperado.
La respuesta afirmativa supone, pues, una lucha interior que provoca objeciones a la llamada divina. Las objeciones son del tipo siguiente: Soy un pecador, soy indigno. Me siento incapaz de llevar a cabo esa misión.
Dios responde a las objeciones con estas o semejantes palabras: "No temas; yo estaré contigo".
No se descarta una objeción ulterior del tipo "mejor envía a otro y no a mí'. Ante lo cual, Yahveh Dios hace prevalecer su autoridad.
En definitiva, pues, el elegido se rinde ante Dios y responde a la llamada afirmativamente y con generosidad: disponibilidad total para la misión encomendada.
La persona que es llamada nunca anuncia aquello que está a su altura, sino algo que no supera y que él no comprende.
No faltará en el trayecto posterior la tentación del desánimo por las dificultades. Dificultades que a veces parecen insoportables. Es necesario alimentar la fe y la confianza en Dios constantemente.
Inesperadamente, la respuesta generosa a la vocación posibilitará verdaderas hazañas y logros impensables. El elegido resulta promovido como nunca hubiera soñado; alcanza un desarrollo personal al que nunca hubiera podido llegar si se hubiera aferrado a sus ‘propiedades' y hubiera respondido no al Señor. Se trata de una promoción no tanto en sentido material o económico, sino como crecimiento personal pleno, realización y satisfacción personal. Nunca hubieras imaginado lo fuerte que eras capaz de ser.
Dios llama en diversas etapas de la vida.
Ni siquiera el pecado del hombre hace desaparecer la llamada de Dios.
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