Cristo casto dice sí al amor no a una mujer específica, a persona sola, sino al inmenso horizonte de la entera humanidad, presente, pasada y futura. El mismo Jesús que reafirmó la doctrina sobre el matrimonio que encontramos en la creación de Adán y Eva (Génisis 1 y 2), y que elevó la institución matrimonial al rango de sacramento de la Nueva Alianza, ese mismo Jesús, él mismo, no se casó. ¿Por qué?

Es un tema poco estudiado, pero Angelo Amato nos proporciona importantes detalles.
El celibato de Jesús no tiene una motivación moral, ascética o antropológica, sino exclusivamente religiosa. Su permanecer soltero está en línea con su misión salvadora recibida del Padre.

Al permanecer célibe, Jesús pudo pertenecer más completamente a todos los hombres y a todas las mujeres. Si ha dejado de fundar una familia propia, ha sido porque ha querido para su vida y para su corazón una apertura más universal.

La sexualidad humana asumida por el hombre Jesús se encuentra inserta en una situación de adhesión total en el amor a la voluntad de Dios Padre, de quien recibe el impulso fundamental para una expansión universal de todas sus potencias afectivas y sentimentales.

La castidad de Jesús expresa la total pertenencia a Dios y la universal relación salvadora con toda la humanidad. Por eso, su celibato no es mutilación o negación del amor humano, sino confirmación y potenciación absoluta de las capacidades de amor enraizadas en la naturaleza humana del Hijo hecho hombre. Cristo casto dice sí al amor no a una mujer específica, a persona sola, sino al inmenso horizonte de la entera humanidad, presente, pasada y futura.

La virginidad de Jesús es ante todo comunión con el Padre y, además, adecuada y necesaria repercusión en la misión salvadora. Celibato no significa renuncia a la comunión familiar, sino una total dedicación a la causa de Dios y a la casa del ser humano en la más completa disponibilidad de todas sus fuerzas humanas. El celibato permite a Jesús volverse totalmente hacia el Padre para compartir el amor divino en forma universal. Su celibato es contacto directo con el Padre y servicio a todos los seres humanos.

El celibato de Jesús testimonia que es Dios el objetivo absoluto de la vida humana. Aunque Jesús reconoce en el amor conyugal terreno el valor de plena realización de la persona humana, Jesús nos enseña que también esta unión es pasajera.

Pero, a pesar del celibato, Jesús es llamado en el Nuevo Testamento también con el título de ‘Esposo’. Título que Jesús mismo acepta. Ya en el Antiguo Testamento Dios se había manifestado como esposo místico de su pueblo Israel. Con este título nupcial Jesús revela también el fondo de su ser, que no es la árida soledad de una perfección fría y lejana, sino la alegría grande del amor nupcial ofrecido sin límites.

Como esposo, Jesús se une a toda la humanidad en la intimidad de la ‘Nueva Alianza’, que es fidelidad, ternura, comprensión y perdón misericordioso. Por eso el celibato de Jesús manifiesta los caracteres de un amor esponsal.

En primera instancia, estas nupcias tienen lugar en la misma Encarnación: unión de la segunda persona de la Trinidad con el hombre Jesús en una sola persona, que en esta caso representa a toda la humanidad como segundo Adán unido a la Iglesia, segunda Eva.

Porque es legítima la identificación de la Iglesia como esposa de Cristo. Ver Efesios 5,25-33.

Pero este título esponsal no evoca solamente alegría, sino que lleva consigo un aspecto sacrificial. En efecto el cordero será ‘inmolado’ (Ap 5,6) para purificar a su ‘esposa’ (Ap 21,9) y hacer así ‘dichosos a los invitados al banquete de las bodas del Cordero’ (Ap 19,9).

En su intenso amor esponsal, Cristo ‘ha amado a la Iglesia y se ha entregado por ella’ (Ef 5,25). Es decir, la alianza esponsal se cumple en la sangre del ‘cordero de Dios que quita el pecado del mundo’ (Jn 1,29). ‘Esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza’ (Mc 14,24).

El misterio de la castidad de Jesús es el misterio de su amor y de su pasión y muerte. El culmen de la misión y del celibato por el reino es el sacrificio, en el que se consuma su perfecta humanidad y virginidad.

Aquí está su legítimo carácter de plenitud y totalidad de caridad que desemboca en la resurrección y en la victoria final y eterna.

Artículos relacionados:

Compartir