El niño es el ser más débil y más necesitado. Por ello Jesús manifiesta su predilección por los niños: “El que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba, no me recibe a mí sino al que me ha enviado” (Mc 9,37). También Jesús hacía ‘el análisis de la coyuntura’ en su tiempo. Lo hacía con mirada de pastor: “Al ver a tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).

Ante una situación social deteriorada, muchos niños y jóvenes, empujados por una angustia cada vez mayor, abandonan su hogar y buscan una ilusoria posibilidad de sobrevivir en ‘la calle’ donde fácilmente son víctimas de todo tipo de abusos.

El niño es el ser más débil y más necesitado. Por ello Jesús manifiesta su predilección por los niños: “El que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba, no me recibe a mí sino al que me ha enviado” (Mc 9,37). “Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar” (Mt 9,42).

Las relaciones de los niños en el contexto familiar deben fundarse en el amor. Sin amor no hay una realización plenamente humana. Para el niño, la revelación del amor se da con los desvelos y cuidados maternos y paternos. A través de la ternura de la madre siente que es aceptado, protegido y que es el centro del corazón de alguien capaz de amar.

En la familia, el niño y el adolescente encuentran un tejido de relaciones amorosas con los hermanos, los primos, los abuelos, los tíos, etc.; relaciones amorosas que las instituciones asistenciales no pueden sustituir. Pero una parroquia debe notar y hacer todo lo posible por paliar la situación de niños abandonados.

Varias circunstancias confluyen hoy, debilitando los lazos familiares; y sucede que los vínculos con las instituciones educativas se debilitan también y aun llegan a desaparecer, encontrándose de hecho los niños y jóvenes en una situación de vacío educativo.

La reconstrucción del tejido afectivo del niño implica, por tanto, la reconstrucción de las relaciones familiares rotas. Hay que establecer el marco necesario que permitan un ambiente familiar seguro, formativo y educativo, sin el cual el problema seguiría reproduciéndose.

La desintegración familiar es el grifo que sigue originando continuamente más y más niños abandonados, los cuales fácilmente se convertirse en víctimas de abusos. Es preciso prevenir antes que lamentar. La pastoral familiar en la parroquia es un objetivo estratégico.

La ausencia de la madre y del padre genera una situación terrible en el niño, que se encuentra desamparado y dependiendo solo de sí mismo.

El deterioro de la institución familiar debe ser afrontado con decisión para resolver radicalmente el problema de los niños abusados y abandonados. La solución radical de estas situaciones pasa por una renovada atención de la problemática de la familia, o falta de familia.

Todo ello sin descuidar las intervenciones asistenciales concretas urgentes e inmediatas, de las que estos niños tienen necesidad sin demora. Ellas contribuyen meritoriamente a disminuir la gravedad del problema.

El Estado debe realizar las transformaciones necesarias para el efectivo respeto de los derechos fundamentales del niño, en especial el derecho a la vida y a la familia. Frecuentemente el Estado, en lugar de ayudar, estorba o facilita la desintegración familiar con sus leyes permisivas. Sabemos muy bien que en algunas partes hoy día la escuela deseduca.

La familia en crisis o destruida o inexistente es el factor determinante que acaba provocando la desastrosa situación del niño abandonado y abusado.

Tarea primordial es la de prevenir las situaciones de abandono por el fortalecimiento de la institución familiar.

Hay que denunciar las condiciones sociales y familiares que han provocado o causado su abuso y su abandono.

Las familias bien constituidas ofrecen la mejor esperanza contra la plaga de los niños abandonados, en particular de los que viven en las calles de las grandes ciudades. Hagamos también nosotros ‘el análisis de la coyuntura social’ que hacía Jesús el Buen Pastor.

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