El principio de justicia suele expresarse así: ‘Dar a cada uno lo suyo’.
Entre las cosas que hoy nos preocupan, hay pocas que no guarden relación con la justicia. Aquí entra el problema de los derechos humanos, de la guerra, de las leyes u órdenes injustas, la pena de muerte, la igualdad de derechos del hombre y la mujer, los autoritarismos, las dictaduras, el respeto a la propiedad legítima. Ninguno de estos temas está libre de controversia.
El fundamento en que se basa la justicia social sobre la tierra es este: ‘Que el hombre dé al hombre lo que a éste le corresponde. Toda injusticia significa, en cambio, que le es quitado por el hombre lo que al hombre pertenece.
La justicia es una de las más importantes virtudes. Consiste en el hábito de la voluntad humana que lo inclina a dar a cada uno lo que le corresponde.
Lo cual no resulta fácil porque ¿qué es para cada uno lo suyo? ¿Cómo se explica que, en general, le corresponda a cada ser humano algo? Que le corresponda a cada quien algo hasta el punto de que cualquier otro ser humano esté obligado a dárselo.
Sí, porque la justicia presupone un derecho.
El filósofo católico alemán Josef Pieper lo explica muy bien.
Hay derechos que corresponden al ser humano, sin necesidad de que éste haga algo especial para merecerlo. ¿Quién va a dudar, por ejemplo, de que haya un derecho a la propia vida?
Tener un derecho significa que hay algo que nos pertenece. Por lo tanto, ese algo se puede exigir.
Pero ¿cuál es, en última instancia, la base por la cual algo es propio de alguien, de modo que se le debe dar porque le pertenece y tiene derecho a exigirlo?
El cristiano sabe que por la creación divina el ser creado empieza a tener algo suyo.
Así podemos decir que lo mío propio es lo que tengo derecho a reclamar de otros, como algo que se me adeuda, y que no corresponde a nadie más que a mí.
Volvamos a la pregunta: ¿cuál es la razón de que pueda debérsele una cosa a un hombre como algo que le pertenece irreversiblemente?
La respuesta no puede ser sino esta: lo debido se funda en la naturaleza del ser a quien se le debe.
Por lo tanto, no será posible mostrar el fundamento del derecho ni de la obligación de justicia mientras no se tenga una adecuada concepción del ser humano y de su naturaleza. Si no hay una naturaleza humana de determinada dignidad, que sea la razón única de que deba corresponderle algo irrevocablemente. Si no existe esa dignidad humana, será posible aceptar esta consecuencia lógica: ‘Hagan lo que les venga en gana con el ser humano’. Como de hecho sucede.
Si es cierto que hay algo que le corresponda al ser humano sin excepción de ningún género; algo que el hombre posee irrevocablemente como suyo; un derecho que pueda defender contra cualquiera y que a todos obliga, es el hecho de ser persona. O sea, un ser espiritual. Ser persona hace que hasta Dios respeta al ser humano con gran reverencia debido a su racionalidad, libertad e incorruptibilidad.
Si no se reconoce la personalidad del hombre en su realidad íntegra, desaparece toda posibilidad de fundamentar el derecho y la justicia en el mundo.
El hombre ha sido creado como persona por disposición divina. Una decisión que se encuentra fuera del alcance de toda discusión para el creyente. Creado personalmente por Dios a su imagen y semejanza, como unidad sustancial de cuerpo material y alma espiritual e inmortal.
Por eso el ser humano, sin ninguna excepción, tiene el derecho de que se les dé lo que le pertenece: el respeto que le corresponde irrevocablemente en justicia.
Cobramos así idea exacta de por qué las tremendas injusticias que se han dado siempre y más si cabe se dan en la actualidad. Se debe precisamente a la pérdida de conciencia de esta verdad fundamental. Con lo cual se pone al descubierto lo radicalmente inhumano que es el irrespeto a los derechos de todo ser humano desde su concepción en el vientre materno hasta su muerte natural.
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