La dignidad del ser humano. Imagen: Cathopic La dignidad absoluta del ser humano únicamente es posible si existe Dios y si es un Dios de amor que nos ha creado a su imagen. Hay razones comprensibles para dudar de la existencia de Dios. El sufrimiento en el mundo es probablemente el argumento de mayor peso. También hay dificultad para compatibilizar la imagen tradicional del mundo con la actual imagen científica (evolución, neurociencia).


Pero el teólogo alemán Walter Kasper opina que la pregunta sobre Dios no se ha vuelto superflua. Dejar de plantear la pregunta por el Dios que da sentido de la vida sería renunciar a la esperanza de que algún día reinará la justicia.

Sin la intervención de Dios los violentos se saldrían con la suya al final: los asesinos triunfando sobre sus víctimas inocentes. Allí donde la fe en Dios desaparece, allí queda un vacío y un frío atroces. Sin Dios no hay instancia alguna a la que apelar, no existe ya esperanza alguna en un sentido último y una justicia definitiva.

Ésta es la razón por la que la fe Dios logra mantenerse tenazmente frente a todos los argumentos. No es la fe en Dios la que ha quedado anticuada, sino aquellos que profetizaban una gradual extinción de la religión y creían que podían hacer doblar las campanas por la muerte de Dios.

Hay muchas personas ateas, pero es legítimo invitarles a reflexionar. Pues a la vista del círculo vicioso del mal que crece en espiral, solo puede haber esperanza si es posible confiar en un Dios clemente y misericordioso (Ef 2,4), al mismo tiempo que es omnipotente. El único capaz de obrar un nuevo comienzo y de infundirnos valentía para esperar contra toda esperanza y darnos fuerza para intentarlo de nuevo una y otra vez.

Se trata, pues, del Dios vivo, que llama a los muertos a la vida y, al final enjuga todas las lágrimas y todo lo renueva (Ap 21,4s).

El error es el abuso ideológico de la religión que llevó a K. Marx a decir falsamente que ‘la religión es el opio del pueblo’.

Pero este abuso que se ha dado no puede hacer olvidar la necesidad de buscar consuelo y ayuda en la fe. En la fe se encuentra fuerza para hacer frente a la injusticia y el sufrimiento de este mundo. En nombre de la religión se ha luchado muchas veces contra la ignorancia, la injusticia y la violencia. San Juan Bosco es un ejemplo de ello. Él recogía niños abandonados, de las calles de Turín (Italia), al mismo tiempo que Carlos Marx escribía, sentado en su escritorio, la conocida frase citada más arriba.

En la actualidad hay numerosas personas para las que, en situaciones sin salida, en catástrofes inmerecidas, en devastadores terremotos, pandemias o reveses personales del destino, la fe representa un último consuelo, y un último sostén. Una y otra vez se constata que incluso personas que no practican la religión de forma habitual, enfrentadas con tales situaciones, buscan espontáneamente refugio en la oración. Podemos pensar en innumerables personas que padecen graves enfermedades o que se han visto involucradas en algún tipo de culpa humanamente insuperable: el único consuelo que con frecuencia les queda radica en saber que Dios es amoroso, clemente y misericordioso.

Esperan que al final Dios saque a la luz —y ponga fin— a todo el terrible sufrimiento, culpa, injusticia y mentira, y que Él, que se asoma a la escondida profundidad del corazón humano y conoce lo oculto, sea un juez clemente. De ahí que a muchos les resulte todavía hoy consolador el ‘Señor, ten piedad’ que se pronuncia al comienzo de cada Misa; y lo mismo cabe decir de la oración: «Señor Jesús, ten piedad y misericordia de mí». ¿Quién podría pensar que no necesita hacer tal petición?

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