Cristo ha muerto por nuestros pecados... Imagen de Cathopic. Los pilares básicos de la fe cristiana se pueden resumir así: 1- Dios te ama. 2.- Hemos pecado. 3.- Cristo ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado venciendo la muerte y el mal. 4.- Debemos responder a esos dones mediante la fe que obra por la caridad.

 

Explicar estas verdades es un poco complicado.

En el jardín. Dios nos creó a su imagen y semejanza (Gn 1,27): inteligentes, libres, con capacidad para amar y para hablar con Él. Infundió en nuestros primeros padres su Espíritu (Gn 2,7). Es la gracia divina para compartir su misma Vida.
Así podemos entender la advertencia de Dios en Gn 2,16-17: “Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerán, porque el día en que coman de él, morirán”.

Adán y Eva comieron de ese árbol, pero no cayeron muerto allí mismo. Porque Dios no se refería a la vida natural, sino a la Vida sobrenatural. Adán y Eva desobedecieron a Dios y cometieron un pecado que lleva a la muerte del alma. Perdieron la gracia santificante.

Nuestra herencia. Como consecuencia, tuvieron que perder también la vida natural (entró la muerte natural en el mundo). Y transmitieron a sus hijos, a nosotros, una naturaleza privada de la gloria de Dios. Eso es el pecado original. La muerte espiritual implica estar sometidos al diablo.

Para Lutero, el pecado de nuestros primeros padres se nos imputa a todos. Somos culpables desde el principio y merecedores de las penas del infierno. La Iglesia católica afirma, en cambio, que el pecado original no condena a nadie, porque no es algo que nosotros cometemos personalmente.

Reconocemos que hemos recibido una naturaleza humana despojada de la vida divina que tenían originariamente Adán y Eva (privados de la presencia de Dios, según Rm 3,23). El pecado original cosiste en nacer privados de la gracia santificante, que es la Santísima Trinidad habitando en el alma. Nacemos espiritualmente muertos. Esa es nuestra herencia, la muerte espiritual.

El Bautismo cambia eso.
El Bautismo, además de ‘borrar la mancha del pecado original’, restaura o devuelve la vida divina que Adán y Eva habían perdido. Inicia una vida nueva, un nuevo nacimiento.

Nuestra contribución. Pero, aún después del Bautismo, no todo vuelve a ser como en el Paraíso. Nos queda un pequeño problema que llamamos ‘concupiscencia’. Se trata de la concupiscencia. Una consecuencia del pecado original que, aunque de por sí no es pecado, pero nos inclina a cometer pecados. Ha quedado en nuestra alma una debilidad y un desorden.

Nuestra inteligencia queda oscurecida, le cuesta identificar la verdad; nuestra voluntad queda debilitada, nuestros afectos quedan desordenados. A veces el mal nos parece un bien, y viceversa. Nos cuesta ser buenos. Como dice Rm 7,15: “Lo que quiero, no lo hago; y en cabio, lo que detesto, eso hago”.

El mal que hacen los hombres. Gn 3,6 dice que la mujer se fijó en que el árbol era:
1- bueno para comer,
2- atractivo a la vista,
3- apetecible para alcanzar sabiduría. Por eso tomó de su fruto y comió.

Esas mismas tentaciones se describen en 1Jn 2,15-17: Todo lo que hay en el mundo es 1- la concupiscencia de la carne, 2- la concupiscencia de los ojos, 3- la arrogancia de los bienes terrenos. Cosas que no procede del Padre.

Aquí el ‘mundo’ incluye el placer desordenado, las riquezas mal habidas, el orgullo, el egoísmo, los excesos, alcohol, droga, adulterio, pornografía, fama, ira, soberbia, odio, violencia, asesinatos, mentiras, venganza, abusos, explotación, corrupción, guerras, etc.
Debemos entender que la disyuntiva que se nos plantea es amar a Dios, o amar el mundo, pues son incompatibles. No se puede servir a dos Señores.

Dios, que sabe mejor lo que nos conviene, sólo prohíbe lo que nos perjudica. Sus leyes son para nuestro bien.

Es algo semejante a las leyes físicas. No podemos ignorar la ley de la gravedad, o sufriremos las consecuencias.

Cuando robamos, mentimos o fornicamos, no solo desobedecemos a nuestro Padre, sino que nos hacemos daño a nosotros mismos (y a los demás).

Los efectos negativos que se siguen no son castigo Dios, sino las consecuencias de rechazar lo que conviene para nuestro bien.

Filiación divina. Jesús en el desierto enfrentó las mismas tres tentaciones: 1- Convertir las piedras en pan (concupiscencia de la carne, satisfacción de todos los deseos). 2- Arrojarse desde el templo, porque los ángeles le llevarían en sus manos (soberbia de la vida, poner a prueba a Dios para que conceda nuestros caprichos). 3- Postrarse ante Satanás para recibir todos los reinos del mundo (concupiscencia de los ojos, actitud posesiva).

Jesús superó la prueba porque se comportó como auténtico Hijo. Prevaleció su confianza en Dios.
El problema es que nosotros desconfiamos de Dios como Padre que nos ha destinado a una vida y un amor mucho más grandes que cualquier cosa que podamos encontrar en este mundo.

¿Cuándo escarmentaremos?

 

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