No tenemos por qué dudar: creamos firmemente que toda oración nuestra, dicha con sinceridad, es escuchada por Dios. Ninguna oración queda desatendida. / Fotografía: vytas_sdb - cathopic. Una de las consultas más frecuentes por parte de los fieles, tanto en las confesiones como en la dirección espiritual viene expresada en forma de queja a Dios. Es frecuente escuchar: “Dios no me oye”. “Dios se ha olvidado de mí”. “Dios no me concede lo que le pido”.

En efecto, Jesús ha dicho: “Pidan y recibirán” (Mt 21,22). Pero ¿Lo tomamos en serio?, ¿nos lo creemos? Dios nos está diciendo: ¡Pidan! Imaginemos que es nuestro papá que nos dice: ‘pide y recibirás’. O nuestro jefe quien nos lo dice. Pero no; es Dios mismo. Y no aprovechamos la oferta. Porque, tal vez, no nos lo creemos. Si fuera cierto que Dios no te escucha, Jesús no habría dicho la verdad. Lo cual es imposible.

Debemos, pues, creer firmemente que toda oración, dicha con sinceridad, es escuchada por Dios. Ninguna oración queda desatendida. Entonces, ¿por qué tenemos la impresión, a veces, de que Dios no escucha nuestra oración?

Veamos: Jesús dice que, si un niño pide a su papá un pescado, no recibirá una serpiente. Y si el niño pide a su papá un huevo, el papá no le dará un escorpión. Con mucha más razón eso mismo hará Dios (Lc 11,11-13).

Pero, supongamos que el niño pide a su papá un escorpión. Desde luego, el papá se lo negará. Precisamente porque lo ama y sabe que es peligroso. Aunque el niño insista o proteste, el papá no le dará el escorpión. El pequeño no percibe el peligro y cree que su papá no lo quiere.

Lo mismo sucede con Dios: ¿No será que a veces pedimos ‘escorpiones’ en nuestra oración, y por eso el Señor no concede lo que le pedimos? Dios sabe lo que nos conviene y lo que no nos conviene. Él es Padre amoroso y poderoso. Tengamos confianza.

Ocurre como con el niño que observa cómo su mamá corta la carne con un brillante cuchillo en la cocina. Al niño le gusta el cuchillo y se lo pide a su mamá. Por supuesto que la mamá se lo niega, motivo por el cual el niño piensa: “Mi mamá no me escucha o no me quiere porque no me presta el cuchillo”. Es más, la mamá, sabiendo que su hijo es travieso, al terminar su trabajo coloca el cuchillo en alto, donde el niño no pudiera alcanzarlo. Pero basta que la mamá se descuide un momento para que el niño se suba en una silla para jugar con el cuchillo. Por supuesto que el niño se hiere. Y mientras llora desconsoladamente, piensa: “Mi mamá me castigó, y por eso me he cortado”. Sabemos que no es así; el niño se equivoca.

También nosotros dudamos del amor de Dios cuando no nos da lo que le pedimos. Y, cuando sufrimos las consecuencias negativas de nuestras acciones irresponsables o de acciones imprudentes de otras personas, pensamos que Dios nos castiga. Dios no lo impide. Porque nos ha hecho libres y responsables.

Estamos equivocados; no tenemos por qué dudar: creamos firmemente que toda oración nuestra, dicha con sinceridad, es escuchada por Dios. Ninguna oración queda desatendida.

Debemos mantener la confianza en Dios incluso cuando sufrimos desgracias.

Como escribió Santo Tomás Moro desde la cárcel: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que me parezca, es en realidad lo mejor para mí”. Por eso, nunca debemos decir: “Dios no me escucha”.

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