Ninguna oración queda desatendida. Toda oración es escuchada por Dios. / Fotografía: Cathopic - Luis Ángel Espinosa, LC. ‘Y por eso no obtengo lo que pido’.
Es más frecuente escuchar este razonamiento en las iglesias evangélicas: “Si Dios no te ha sanado es porque no lo has pedido con suficiente fe”. Y el pobre cristiano, además de la enfermedad, tiene que cargar ahora con el peso de conciencia de que no tiene suficiente fe. Eso es desesperante. Ojalá nuestros catequistas nunca utilicen este argumento.

Porque ¿cuánto es suficiente fe? ¿Quién de nosotros tiene ‘suficiente’ fe? Jesús en el huerto de los Olivos, ¿acaso no oró con suficiente fe cuando pidió al Padre que le evitara la pasión? Pero, aun así, tuvo que beber el cáliz de la cruz. También tuvo la sensación de haber sido abandonado. Pero terminó diciendo antes de morir: “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Y al resucitar victorioso, bien podemos imaginarlo diciendo: “¡Valió la pena!”.

Si oras, es porque tienes fe. De lo contrario, no harías oración.
No te tortures. Si te parece que Dios no te escucha, es porque él tiene sus razones. Algún día las comprenderás y le darás gracias. Dios puede negarnos una petición específica, pero siempre escucha nuestra oración, y nos tiene preparado algo mejor. Ninguna oración queda desatendida. Toda oración es escuchada por Dios.

Dios puede hacernos esperar, como hizo esperar a Jesús hasta la mañana de Resurrección.

Debemos reconocer que detrás de algunas oraciones cristianas parece esconderse la siguiente frase: “Aquí estoy, señor, para que hagas mi voluntad”.
En realidad, la expresión correcta sacada de la Sagrada Escritura es al revés: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Esta frase se puede leer en la carta a los hebreos capítulo 10 versículos 7 y 9. A su vez la carta a los hebreos está citando el salmo 40 (39),9.

Hacer la voluntad del Padre fue el alimento de Jesús durante toda su vida. Jesús antepuso la voluntad del Padre a su propia vida: Si es posible aparta de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú (Lc 22,42).

Lo mismo hizo la Santísima Virgen: Soy la sierva del Señor que se haga en mi tu voluntad (Lc 1,38).
En eso consiste, pues, la espiritualidad cristiana. Lo decimos cada vez que rezamos el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.

Por su parte Jesús nos lo deja claro: “El que me ama cumplirá mis mandamientos” (Jn 14,21). O sea, cumplirá mi voluntad.

Por lo tanto, no tiene base pretender seguir siendo un buen cristiano o católico si se vive apartado del cumplimiento de la voluntad de Dios. Es necesaria e ineludible la conversión, o sea el alejamiento del pecado y el cambio de vida. Es necesaria la lucha espiritual. Ello implica reconocer que somos pecadores, doblar rodilla, acudir al sacramento del perdón, cambiar muchas cosas en nuestra vida, alimentarse semanalmente de la Eucaristía y de la Palabra de Dios, practicar las obras de misericordia. No se puede ser cristiano o católico ‘a mi manera’; o desde mi zona de confort.

No es posible engañar a Dios presentándole cualquier otro tipo de ofrenda que no sea el de nuestra propia obediencia en fe, amor, humildad, gratitud, arrepentimiento y penitencia.

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