Los pequeños son los mas vulnerables. Estaba concentrada en la misa de domingo cuando una pequeña a mi lado comenzó a sentirse incómoda, seguramente aburrida. Su mamá sacó de su bolsa una tablet con una gran cantidad de juegos. La pequeña comenzó a distraerse. Mientras todos rezábamos, ella le ponía vestiditos a una Barbie.

En esta ocasión la tecnología salvó una situación que habría terminado en gritos de desesperación por irse del lugar.

Otro día, en un restaurante observé a una numerosa familia compartiendo en la comida. El bebé, de un año, estaba sentado en su silla especial con una tablet encendida frente a él mientras degustaba su comida. El pequeño nunca se enteró de la dinámica familiar, pues estaba absorto por un mundo atractivo lleno de colores chillantes.

Otro día una buena amiga fue de visita a mi casa y debíamos hablar de un par de cosas importantes. Su hijo de cinco años estaba con ella y no dejaba de hacer preguntas y correr aburrido por allí. Ella sacó de su bolsa la mágica pantalla y en un segundo el bebé quedó quieto, hipnotizado frente a sus juegos. “La verdad, no me gusta que mire tanto estos juegos, pero es la única manera de que no moleste tanto”, me dijo.

Yo tengo una niña inquieta de un año y medio. Entiendo perfectamente lo que siente. Quiero un poco de paz o que se comporte bien en lugares públicos. Pero sigo pensado que este tipo de entretenimiento, que se supone educativo, no es adecuado, y varios estudios me dan la razón.

La Sociedad Canadiense de Pediatría y la Academia Americana de Pediatría alertan sobre las razones por las que los niños menores de doce años no deben usar estos aparatos. La Asociación Japonesa de Pediatría ha iniciado una campaña al respecto, sugiriendo a los padres los juegos tradicionales.

Ellos afirman que los bebés de cero a dos años no deberían tener contacto alguno con la tecnología, de tres a cinco podrían usarla una hora al día, y de seis a dieciocho años el uso debería ser de tan solo dos horas por día.

La primera razón es por su desarrollo cerebral. Una exposición excesiva puede acelerar el crecimiento del cerebro de los bebés, pudiendo asociarse con el déficit de atención, problemas de aprendizaje, aumento de la impulsividad y mayor intensidad en los berrinches.
Además, el excesivo uso de estos aparatos limita la movilidad al pasar largas horas en la misma posición afectando sus capacidades motoras y su rendimiento académico.

Esto conlleva a un tercer elemento muy peligroso: la obesidad infantil. Un niño que solo pasa sentado frente al televisor o con el videojuego vive en sedentarismo. Esto podría desencadenar un problema mayor con la diabetes.

A esto le sumamos las alteraciones del sueño. Un estudio de un grupo de científicos de la Universidad de Connecticut publicado en la Philosophical Transactions de la Royal Society B ha comprobado que la luz artificial generada por ordenadores, smartphones, tablets, LEDs y algunas bombillas fluorescentes pueden desencadenar enfermedades y trastornos en los adultos. Ahora traduzcamos esas consecuencias a los niños.

Otros estudios han relacionado el uso de la tecnología con el aumento en la tasa de depresión y ansiedad infantil así como conductas agresivas. A esto le agregamos que muchos niños pueden desarrollar adicción a estos juegos, abstrayéndose en ellos y dejando de lado su vida familiar y sus amigos.

Además, siempre se corre el riesgo de la vulnerabilidad de los más pequeños al incursionar en estos juegos que muchas veces son redes sociales de contacto con extraños.

El mercado está lleno de Apps educativas por edades. Ayudan al niño a descubrir los colores, los nombres de las frutas, ayudan a la lógica y mucho más. No satanizo el uso medido de ellos. Pueden ser de mucho provecho y en un mundo mediatizado no podemos poner a nuestros hijos en una burbuja.

Hay que tener claro que un niño nunca está “quieto” y así debe ser. Eso significa que esta sano y feliz. No debemos buscar, por comodidad, herramientas para que su conducta sea diferente.

Por mi parte guardaré los aparatos y sacaré a mi hija al parque, a que suba unos cuantos árboles, a que grite en misa y en los restaurantes, a que viva su vida entre las personas que la aman y que no se la pierda metida en una pantalla.


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