Olor a santidad ¿Has escuchado la expresión “murió con olor a santidad”? ¿Te has preguntado a qué huele eso? ¿Es un perfume, un olor a rosas? Yo no sabía de lo que se trataba hasta que presencié la muerte de don Rudi. 

Don Rudi tenía 72 años cuando llegó a Escutari, Albania. Esloveno de nacimiento, fue ‘adoptado’ desde el inicio de su vocación en España, donde luego dedicó su vida a la formación personal y a la preparación de futuros salesianos. Era uno de esos ‘duros’ al que todos amaban. Cuando recién comenzaba la presencia salesiana en Albania, los salesianos pidieron al Rector Mayor alguien que fuera el ‘fundador’ del carisma salesiano en esas tierras. Fue así como llegó a los Balcanes. 

Los primeros meses los pasó encerrado estudiando el idioma. Cuando al fin salió de su habitación, lo hablaba mejor que los mismos albaneses. Delicado al conversar, siempre dispuesto a la confesión y jamás de mala cara. Todos amaban su bondad.

Cuando yo llegué a Escutari, don Rudi tenía 96 años.

Me recibió con el cariño de alguien que pareciera que me conociera de una vida. “Don José” me decía. “Don Rudi, ¿cómo amaneció hoy?” le preguntaba a diario. “Bien, no me puedo quejar”, respondía mientras caminábamos, a su paso, hacia la Iglesia, para la misa de la mañana. 

Durante la Semana Santa, don Rudi tuvo una complicación en su piel debido a su diabetes. Eso le impidió salir de su habitación, reduciéndole la actividad física, causándole un progresivo debilitamiento corporal, no espiritual. Era impresionante lo robusto y autónomo que era hasta ese entonces. Era difícil verlo así ahora. 

Su habitación se volvió centro de peregrinación. Las personas que llegaban salían siempre sonrientes, llenas de gracia y de dulces, por los caramelos que regalaba. Llegaba gente de toda Albania, y tantos viajaron desde Kosovo, Montenegro, Croacia y Eslovenia para verlo. 

En Escutari es tradición que el mes de junio comience con el curso de verano, que dura un mes. Ese año coincidieron, en medio de los preparativos para la clausura, la ordenación sacerdotal de Dritan y la Eurocopa, cuando don Rudi entró en agonía. Entre tanta actividad y movimiento, los jóvenes del oratorio, los hermanos salesianos y la familia salesiana nos organizamos para turnarnos durante el día en la atención a don Rudi (su habitación nunca tuvo menos de cuatro personas pendientes de él) y para rezar el rosario cada noche, pidiendo por su buena muerte.

Llegábamos exhaustos, sudados y estresados por tanto por organizar, y aún así, los jóvenes se presentaban a las 11 de la noche y se iban casi a las 2 de la mañana, dedicando ese tiempo al cuidado y a la oración por don Rudi. 

La ordenación de Dritan se celebró el 3 de julio y la clausura, el 4. Don Rudi falleció la tarde del 5, cuando todo había concluido. Alcanzó a despedirse de todos. Murió en su habitación, rodeado de salesianos, Hijas de María Auxiliadora, miembros de ADMA y numerosos jóvenes. Me imagino que así debió de ser la muerte de Don Bosco: llena de amor, paz y gratitud, aun en medio del dolor.

Creo que a eso se refiere el morir con olor a santidad: al perfume del amor esparcido a diario a tantas generaciones, de forma tan constante y con tanta generosidad. Un salesiano del que se puede decir que hasta su último respiro fue por y con los jóvenes. 

 

El perfume de Cristo

El papa Francisco invitaba a ser buen olor de Cristo en el mundo, recordando que la santidad se vivía con alegría en lo cotidiano. Ese “olor a santidad” era el perfume que nacía de una vida sencilla, llena de amor, esperanza y servicio, capaz de transformar la familia, la comunidad y la Iglesia. Aunque reconocía que el pecado a veces empañaba, insistía en que la misión del cristiano era dejar que la fragancia de Cristo iluminara y contagiara de alegría a todos los que encontraba.

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