El juego es un extraordinario instrumento para el aprendizaje. “La amistad es un fruto que madura lentamente”, dijo Aristóteles. Por tanto, es una realidad que puede ser sembrada y cultivada. Los padres pueden hacer mucho para ayudar a sus hijos a ser sociables, a convertirse en personas capaces de tener relaciones constructivas y satisfactorias con los demás.

La amistad es un recurso indispensable para el crecimiento armónico de los hijos. Es impensable no utilizarlo o desaprovecharlo: las consecuencias podrían ser muy graves. Pero es un recurso que, especialmente en estos tiempos, tiene que ser orientado y acompañado.

Los hijos y los amigos
Ignorar lo que ocurre entre los propios hijos y sus amigos es dejar de lado una parte fundamental de sus vidas desde los primeros años. Las relaciones con los pares son fundamentales para el desarrollo armónico de la personalidad. Ayudar a los hijos a cultivarlas desde pequeños, poco a poco, es enseñarles a ir componiendo el rompecabezas  de su identidad e ir fortaleciendo los instrumentos sociales indispensables para todas las formas de convivencia futura.

Entre los dos y los cinco años, los niños aprenden cómo jugar y cómo repartirse las cosas entre ellos, inician una relación hecha de grandes aventuras y pequeñas desavenencias, de alegrías y lágrimas, de carcajadas y celos, frecuentemente poco valoradas por los adultos. “¿Jugamos a los piratas?”, le pide Leonardo, de tres años y medio, a Enrique, un compañero de la escuela infantil, que acepta enseguida con entusiasmo. Y ahí están los dos amiguitos partiendo en una nave imaginaria, construida con sillas, a la búsqueda del tesoro -los ladrillitos del mecano- escondido en una isla desierta -la mesa.

El juego es un extraordinario instrumento para el aprendizaje y pone las bases para aprender a reconocer los sentimientos de los otros. Hasta los siete u ocho años, la amistad es compañía, intimidad y afecto. Tener cerca un compañero aumenta la confianza en sí mismo, guía hacia la autonomía y atenúa el estrés en los momentos delicados. A partir de la preadolescencia, se agregan también la lealtad y el compromiso.

Los amigos y amigas hacen crecer El valor de la amistad
Tener un amigo como hombro sobre el cual llorar o como oído pronto para escuchar marca el inicio de una nueva autonomía de los hijos e hijas respecto a los padres, y permite exorcizar miedos y temores que a los adultos les cuesta comprender. Todas las amistades hacen crecer, también aquellas en las que el niño rechaza o se siente rechazado.
La tarea de los padres y madres en este campo no es fácil: tienen que dejar libertad de elección a sus hijos e hijas, pero tienen que mantener absolutamente un control de autoridad. Todo lo que con tanto esfuerzo enseñaron a sus hijos tendrá que superar la prueba más severa que existe: el grupo de pares y los amigos. Los padres tienen que seguir estando al lado de los hijos, aunque cada vez de una manera más discreta y sin intromisiones demasiado visibles. Lo primero, como siempre, es el ejemplo. Los hijos se inspiran en los modelos que ven; por eso, si los padres y educadores tienen amigos cordiales y abiertos, seguramente también ellos se comportarán de la misma manera. Los niños notan hasta los más pequeños detalles: se dan cuenta, por ejemplo, si ante un extraño los padres se limitan a un saludo formal o se entretienen con interés; si se muestran reacios y disgustados o, por el contrario, divertidos y distendidos. En la familia se aprende la “medida” con la que medir el resto del mundo.

Los padres y madres  tienen que conocer y valorar con la mayor atención la atmósfera que reina en el ambiente extra familiar: en la escuela, en la ciudad, en el barrio. Son el gimnasio en el que cotidianamente se ejercitan sus hijos. A menudo, las amistades son caminos en subida y los padres tienen que afrontar junto a sus hijos las pequeñas y grandes dificultades de las relaciones. Con coraje, decisión y sentido de la realidad.

Ni minimizar ni facilitar
Los sufrimientos de los niños y niñas son cruelmente poco valorados por los adultos. Si a un hijo le cuesta tener una amistad, no hay que “tirarlo en el montón”, sino aceptar su timidez. Inviten a casa a sus compañeros para alguna fiesta y estén un rato con ellos. Su presencia, aún silenciosa, les dará seguridad y los animará a abrirse. A un niño aislado o maltratado por el grupo hay que ayudarlo a adquirir las habilidades necesarias para que los otros lo acepten. A veces, vestirse como los demás o adueñarse de un determinado objeto es suficiente para cambiar el tipo de relaciones; más aún, el que se destaca en un deporte o toca algún instrumento musical o tiene éxito en determinada actividad escolar suscita interés y admiración. Tener alguna competencia o sobresalir en algo da un sentido de orgullo y produce una autoestima suficiente para tolerar eventuales dificultades en las relaciones con los demás.
Acercarse a otras personas significa también correr el riesgo de ser criticados o rechazados. Un joven suficientemente seguro de sí mismo enfrenta ese riesgo y no se deja deprimir por dificultades pasajeras. Si su hijo es rechazado por sus compañeros, examinen con él la situación, teniendo en cuenta también las motivaciones que pueden llevar a los otros niños a adoptar una actitud de rechazo o de burla. Y pongan los remedios necesarios. Explíquenles que en la vida no se puede agradar a todos ni ser siempre vencedor. “Si tus compañeros te hieren, no significa que no vales nada. Tienes muchas buenas cualidades”.
Cuando un hijo sufre sin reaccionar, pongan en alerta sus antenas y procuren captar las señales -verbales o no- típicas del bulismo, como el deseo de ya no ir a la escuela, el encierro en sí mismo, el rechazo de hablar de los problemas, las notas malas, el llanto en el corazón de la noche. No duden y sean directos: “Me parece que alguien te está haciendo mal, que es prepotente contigo. Vamos a hablarle”. Digan a sus hijos que están dispuestos a escucharlos cuando quieran. Háganlo saber a sus educadores y no se sientan culpables por eso. Las subidas y bajadas en las relaciones son normales, también entre los niños.

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