Un ser viviente tiene enormes capacidades de crecimiento .::. Foto:J. Ibáñez Dedicarse a la jardinería significa aprender el arte de cultivar la vida. No sólo la de las plantas, sino también y sobre todo la de nuestra familia y la de nuestros hijos e hijas, que pueden despuntar como una flor, nutrida por los cuidados amorosos y por el poderoso fertilizante de la reflexión.

Concretamente, dedicarse a la jardinería significa:

Tener un proyecto
No hay nada mejor que contribuir al brotar de la vida. ¨ Dar la vida  es algo que llena la existencia de satisfacción y felicidad. Una planta no es ni buena ni mala: por encima de todo, quiere apasionadamente vivir. Pero, sin un proyecto definido, no sucede nada. En la existencia, como en la jardinería, tenemos necesidad de saber la dirección que queremos seguir. En efecto, para ser feliz es necesario antes que nada quererlo y esto debe convertirse en un objetivo prioritario y consciente. Sólo cuando establecemos los objetivos y aceptamos todo lo que supone conseguirlos, nos damos cuenta de que nuestras existencias se transforman. Una vez establecidos los objetivos, hay que hacer con ellos una lista bien visible, para poder llevarlos positivamente a  término.

Tomar decisiones
Hacer crecer algo vivo, significa asumir una extraordinaria y hermosa responsabilidad. Un ser viviente tiene enorme capacidades de crecimiento. Cada organismo viviente es único y crece de acuerdo a dinámicas personales. El respeto al otro es esencial. Para progresar es necesario aprender a concentrarse en la situación, y luego actuar sin titubear. Una planta es un objeto que siempre va cambiando, pasando por etapas distintas. Abandonada a sí misma, muere.

Prepara el terreno
A cada uno hay que ofrecerle un espacio en el que pueda ser él mismo. Cada planta necesita el lugar justo: la familia es el lugar de los sentimientos, el lugar donde juntos estamos bien, “nuestra casa”. Para crecer, un hijo necesita sentir que sus padres lo han querido, que lo aman así como es, que lo aceptan con sus cualidades y sus defectos, que están presentes, que lo acompañan, que lo respetan y que lo “encuadran”. Un niño cuyo padre es incapaz de mandarlo a dormir a la noche, siente que su padre no puede protegerlo. Es imposible. “Si mi padre ni siquiera es capaz de hacerse obedecer por mí, que tengo cinco años, ¿cómo podrá defenderme de los ladrones, de los que tengo tanto miedo de noche? Una planta crece bien si es “disciplinada”, sostenida, apuntalada, dirigida. Y “podada” cada tanto: quien no aprende a soportar los pequeños “no” y las insignificantes frustraciones familiares jamás será capaz  de soportar los desengaños más serios que supone la vida, Y se marchitará.

Proveer el agua
Aunque el terreno sea fértil, nada crecerá en él si no se riega. La comunicación es para los seres humanos lo que el agua es para los vegetales. Algunos padres no tienen en cuenta la importancia de la comunicación y no le prestan la suficiente atención. Comunicarse con los hijos e hijas significa, en primer lugar, escucharlos: esforzarse por comprender lo que realmente quieren decir, sin interpretar sus palabras en provecho nuestro, según nuestros esquemas y prejuicios o para  demostrar que tenemos razón.

Preocuparse de la luz
Para poder crecer con toda su fuerza y belleza las plantas tienen necesidad de luz. Cada planta va en busca de una fuente de luz: si ésta es insuficiente, la planta crece atrofiada. La luz que ilumina la mente y al corazón de los seres humanos es un cúmulo de cultura, aprendizajes, sentido moral, arte, virtud, sensibilidad, inteligencia, sentimientos. Y sentido religioso. Se puede vivir también con poca luz, pero entonces la “planta” tendrá un desarrollo retardado, por debajo de sus potencialidades.

Trabajar con entusiasmo
El arte del jardinero es alegría pura, y el entusiasmo es el alimento de la alegría, porque produce la energía que trae consigo el sentirse bien. La verdadera felicidad no es vencer, sino actuar, progresar. “Es necesario estar atentos, sin embargo, a no limitarse a engendrar; educar es igualmente hermoso: un proceso en el que se aprende mucho y en el que se experimentan nuevas dimensiones de la propia humanidad. Se hace crecer al otro creciendo uno mismo” (Victor Andreoli). “Me sentí verdaderamente contento ayer tarde: por primera vez he salido con mi padre. Me ha presentado a sus amigos y ha dicho que yo soy un buen hijo”. (Andrés, 17 años). Todo jardinero está orgulloso de sus plantas.

Eliminar las malas hierbas
Terreno, agua y luz son elementos  esenciales, pero no suficientes. El buen jardinero sabe que debe defender las tiernas plantitas de las malas hierbas que amenazan con sofocarlas. Los buenos padres tratan de proteger a sus hijos e hijas  de las malas influencias. El crecimiento es un proceso gradual. La autonomía se adquiere poco a poco. Lo que no significa, sin embargo, que los padres tengan que ser sobreprotectores. Como sucede en los jardines, una vez eliminadas las malas hierbas, quedamos maravillados al ver como todo lo demás aparece como resultado: la belleza está allí, pronto a extenderse en un instante.

Ejercitar la paciencia
El jardinero enseña a respetar los planes de trabajo; a transformar una idea en un proyecto, con objetivos claros; a analizar el terreno para conocer sus características;  a utilizar los instrumentos adecuados; a  nutrir con cuidado las plantas; a esperar con paciencia el momento de la floración. Si respetamos este itinerario, también en los otros ámbitos de la vida veremos finalmente cómo todo florece. No puedo obligar a mi jardín a crecer más velozmente de lo que permite el clima, los nutrientes, las cualidades del suelo. Del mismo modo, también la evolución de cada persona tiene sus tiempos, que se deben respetar. Y controlamos nuestras energías, para comprender qué nos hace pasar de la alegría con que nos despertamos cada mañana, al deseo de que la semana ya concluya el día martes.

La tarea del jardinero y la misión del educador están expuestas a los mismos riesgos que pueden llevar al fracaso: falta de competencia y de atención regular, pasión superficial, dramáticos olvidos de las diversas exigencias de las plantas o de los hijos, en nombre de compromisos y responsabilidades “más importantes”. Y, quizás sobre todo, un déficit inadvertido de esperanza: a veces falta la capacidad de esperar sin cansarse, manteniendo la confianza en aquella verdad que hunde sus raíces en el evangelio: todo aquello que viene del amor no podrá jamás secarse. En jardinería y en educación es necesario ser perseverante en el servicio a la vida y sus exigencias y estar prontos a no aflojar jamás, aun cuando no se alcance a recoger los frutos de lo nuevo que está naciendo.

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