eddb Científicos, investigadores y médicos, utilizan instrumental de funcionamiento análogo a los videojuegos y obtienen resultados sorprendentes. Hay quien utiliza el joystick y el video tridimensional en algunas intervenciones quirúrgicas. Saberlos manejar constituye también un formidable título de presentación profesional.

Los videojuegos forman parte de la cultura contemporánea. Son una realidad que debemos tener muy en cuenta, con infinitas posibilidades que aún no han sido completamente aprovechadas. Por eso, es indispensable encuadrar los videojuegos en un proyecto educativo y de vida. Como es fácil intuir, la parte “juego” de estos videos presenta posibilidades muchas veces inadvertidas o subvaluadas.


Los videojuegos congenian perfectamente con los niños nacidos en la era digital, que los dominan con gran facilidad y sin necesidad de aprendizajes específicos. También constituyen una introducción a la computación y obligan al muchacho a utilizar continuamente el inglés “actual”. Desde otro punto de vista, pueden ser considerados como inyecciones de autoestima, porque, mientras juegan, los niños obtienen las pruebas tangibles de su progreso. Solo se logra un avance al nivel superior cuando se ha alcanzado una serie de habilidades que al comienzo no se tenían. Los videojuegos exigen tomar continuamente decisiones, a gran velocidad, regalando el placer de decidir, tan gratificante para un niño, que así se siente autónomo. Desarrollan el lado mágico de la mente y enseñan a construir historias: la simbología de los juegos permite vivir una auténtica ‘vida paralela’, construida en un mundo tridimensional. Deseos, motivaciones y elección de los personajes no dependen del juego sino del niño.

Otra característica de los videojuegos es que ofrecen grandes posibilidades de interacción. Y aunque el jugador pueda intervenir continuamente en la historia, no llega a sentirse omnipotente, porque existen las reglas. Ejercitan una buena coordinación entre el ojo y la capacidad motriz: habilidad específica que muchos adultos no poseen, pero que es siempre más requerida en el mundo actual y en niveles profesionales muy altos. Los videojuegos ayudan a desarrollar esa capacidad, porque implican todos los sentidos: el ojo con la imagen, el oído con la música y los efectos acústicos, y también el tacto, dado que las manos trabajan rápida y continuamente. Como cualquier juego, éstos también pueden ser un modo para descargar la tensión y acompañar la agresividad. Además, precisamente en la elección lúdica, un muchacho verifica todo aquello que ha aprendido en familia y que sirve para una vida plena.

A esta visión positiva se contraponen dos grandes grupos de objeciones. La primera nace de aquel slogan provocador de los videojuegos iniciales: “es algo más fuerte que tú”. Significa que el niño no podrá ya prescindir de ellos. El peligro de adicción es concreto: “el usuario pasa siempre más tiempo delante de la pantalla, se aísla y olvida los otros aspectos de la vida; se crea una realidad paralela que puede alterar mucho la conciencia”, afirma un estudio de la facultad de medicina de Harvard. Por esta razón los más pequeños necesitan reglas claras y precisas para usar bien los videojuegos.

“¿Puedo jugar?”. Cuando el niño pide permiso para ‘videojugar’, los padres deben saber “a qué cosa” juega. Esto es válido especialmente cuando desea jugar on-line, donde hay menos control.

Hay videojuegos de computadora, de consola y videojuegos para descargar; hay videojuegos individuales o para compartir; para chicos y adultos, de acción, de estrategia, de rol, educativos, con protagonistas violentos o tiernos. La intervención más inteligente que puede hacer un padre o una madre es ayudar al hijo e hija para que sea capaz de hacer “sus” elecciones: porque existen también juegos didácticos, juegos para aprender el inglés o conocer antiguas civilizaciones, juegos para descubrir cómo se crían los animales… Naturalmente, también hay juegos tontos o violentos. Hay que estar al día, lo cual no es sencillo, pero sí importante. Y, sobre todo, hay que acompañar a los más jóvenes en la utilización de esta herramienta que proporciona la cultura actual. No se puede mirar para otro lado, porque costaría muy caro: dejados en su soledad, los muchachos se hacen cada vez más adictos al juego, que se va cargando de expectativas siempre más contaminadas. La avasalladora presencia de los videojuegos en la vida de nuestros hijos e hijas crea dificultades en las relaciones familiares y en la acción educativa de los padres y madres, y pone pesadas hipotecas sobre el desarrollo intelectual, afectivo, social y – últimamente – también moral de los más jóvenes.

Los muchachos son absorbidos por los videojuegos. Por eso, debemos evitar interrumpirlos “cuando están en lo mejor”. La estrategia más indicada es ponerse de acuerdo previamente sobre el tiempo que podrá ‘videojugar’. Los expertos aconsejan que no se supere la hora diaria, porque, desde el punto de vista físico, un niño tiene necesidad de mucho movimiento. Algunas consolas ofrecen la posibilidad de controlar el tiempo pasado en el videojuego, lo cual resulta muy útil en ausencia del padre: se llama ‘timer familiar’: señala un límite máximo de utilización diaria o semanal, finalizado el cual, se apaga.

El segundo grupo de objeciones se refiere al mundo virtual creado por los videojuegos. Los de última generación, en particular, estimulan a las personas a entrar en mundos fantásticos donde pueden vivir fuera de las reglas. Estos productos dejan entender implícitamente que en los mundos virtuales todo está permitido: se puede matar, actuar con violencia y crueldad inhumanas. Quienes los producen se defienden, diciendo que “todo es falso”, pero la crónica muestra con brutal evidencia que este “masaje” sobre la conciencia influye en la persona y en la realidad. Jesús lo ha dicho con claridad: “Todos conocen el mandamiento que dice: “No cometerás adulterio. Pero yo les digo: quien mira a una mujer para desearla ya ha cometido adulterio en su corazón”.

Para Jesús, la responsabilidad del hombre es global: y abarca también el mundo virtual de la mente y el universo de Internet. La moral cristiana no se refiere a una simple contabilidad de las acciones, sino a la persona en su totalidad, incluida la mente.

Compartir