En mi travesía espiritual, hubo momentos de desconexión y búsqueda. Durante dos años, vagué sin encontrar un lugar que nutriera mi alma, limitando mi conexión con lo divino a esporádicas visitas a la misa dominical. En mi tercer año universitario, una amiga me invitó a una experiencia que cambiaría mi vida, a la Parroquia Salesiana.

En esa parroquia, entre los muros cargados de historia y la vibrante energía de la comunidad juvenil, encontré más que un refugio espiritual; hallé una familia que me ayudó a discernir el llamado especial de Dios en mi vida: el llamado a ser salesiano sacerdote.

La espiritualidad salesiana me cautivó por su enfoque centrado en el evangelio. En la Parroquia Salesiana, descubrí una propuesta coherente y sistemática de evangelización que giraba en torno a Jesús. Hoy, en mi labor pastoral, me esfuerzo por nutrir a los fieles con la Palabra de Vida Eterna que es Jesucristo, a través de charlas, homilías y retiros.

La espiritualidad juvenil encarnada también me atrapó. La vivacidad y el entusiasmo de los jóvenes salesianos encendieron una chispa de esperanza en mi corazón. Ahora, como adulto, me convierto en guía y mentor, deseando que cada joven se sienta parte de una familia espiritual, nutriéndolos con fe, fomentando sus talentos y alentándolos a perseguir sus sueños con fervor.

Además, los recuerdos de preparación para las misiones lejanas despertaron en mí un profundo sentido de misión y comunidad. Hoy, promuevo activamente la vivencia de la misión, fomentando la conciencia litúrgica y modelando el ejemplo de María, la sierva humilde que dijo sí a la voluntad divina.

Mi experiencia transformadora en la Parroquia Salesiana me recuerda que el encuentro con lo sagrado no solo transforma vidas, sino que también impulsa a compartir esa luz con otros, tejiendo así una red de amor y esperanza que trasciende generaciones.

Compartir