La expresión más difundida a partir de la reunión de los obispos latinoamericanos en el santuario mariano de Aparecida, en Brasil, durante el mes de mayo de 2007 es: Discípulos y Misioneros, como dos términos inseparables.
En efecto, ¿cómo se puede pretender ser discípulo de Jesús, sin sentir al mismo tiempo el impulso misionero? La vocación misionera está intrínsecamente contenida en la Parroquia Salesiana. No podemos creernos buenos salesianos si pensamos que lo de ser misionero es para otros.
Aparecida reconoce que nuestras tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra con la misma fluidez que en el pasado. Ello afecta incluso a la misma familia que había sido uno de los vehículos más importantes de la transmisión de la fe. Ello hace que las personas busquen un sentido para sus vidas, pero lo buscan allí donde nunca podrán encontrarlo.
Por ello Aparecida insiste en que necesitamos recomenzar desde Cristo que nos ha revelado cómo se puede cumplir plenamente la vocación humana y el sentido de la vida. Y necesitamos que nos consuma el celo misionero para llevar a la cultura de nuestro tiempo, ese sentido completo de la vida humana que la ciencia no puede proporcionar.
Al respecto, Aparecida invoca la iniciación cristiana que se refiere a la primera instrucción en los misterios de la fe, ya sea en la forma de catecumenado bautismal para los no bautizados, ya sea en la forma de catecumenado posbautismal para los bautizados no necesariamente catequizados. “El bautismo de niños exige un catecumenadoposbautismal de adultos” (Catecismo 1231). Es necesario, pues, desarrollar un proceso de iniciación en la vida cristiana que comience por el kerigma y conduzca a un encuentro personal cada vez mayor con Jesucristo, y que lleve a la conversión, al seguimiento en una comunidad eclesial y a una maduración de la fe en la práctica de los sacramentos, el servicio y la misión.
Aparecida propone que este método de iniciación cristiana sea asumido en todo el continente como la manera ordinaria e indispensable de introducir en la vida cristiana, y que sea asumido como la catequesis básica y fundamental.
En el número 365 de Aparecida leemos que esta firme decisión misionetra debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.
Y en el número 549: No hemos de dar nada por supuesto. Estamos llamados a ‘recomenzar desde Cristo’ con el mismo poder de afecto y persuasión y esperanza que tuvo el encuentro de Cristo con los primeros discípulos hace 2,000 años.
¿Por qué se hace necesario enfatizar el kerigma entre nosotros? Porque la Iglesia en los países ‘católicos’ ha estado presuponiendo, por demasiado tiempo, que todos los fieles ya conocen las verdades fundamentales. Se pre-supone que la fe de todos los católicos es una respuesta consciente y personal al anuncio de salvación en la cruz y resurrección de Cristo. Esto es falso.
En la práctica observamos en nuestras obras que muchos católicos no han escuchado nunca este mensaje con claridad y, por tanto, no han tenido hasta ahora un encuentro personal con Jesucristo vivo. Y ¿cómo sería si nos convertimos de verdad en la parroquia de los que tienen parroquia?
Porque el cristianismo de muchos católicos es superficial y rutinario. Es mediocre: ni frío ni caliente. No han experimentado una verdadera conversión, un cambio de vida. No han experimentado el amor de Dios. No han descubierto la novedad que Cristo trae a nuestras vidas. En realidad, muchos de nosotros vivimos como paganos.
La Parroquia Salesiana debe, pues, responder a los nuevos problemas, aunque tengamos que cambiar algunas de nuestras rutinas pastorales. Hoy todo movimiento, apostolado, pastoral, grupo, parroquia, hermandad, diócesis, tendría que ser provida y profamilia basada en el matrimonio, puesto que estamos en una cultura de muerte, de revolución sexual, de aborto y de eliminación de la maternidad.