La vida en la tierra es algo temporal. Estoy de paso en este mundo. El salmo 39,4 dice: “Señor, recuérdame cuán breve es mi tiempo sobre la tierra”. No vas a estar aquí por mucho tiempo, así que no te apegues demasiado. La Biblia compara esta tierra con un país extranjero. Este no es tu hogar permanente o tu destino final. Aquí somos peregrinos, extraños, viajeros.
Tu patria está en el cielo. Cuando entendemos esta verdad dejamos de preocuparnos por tener muchas cosas en la tierra. Siendo ciudadanos del Cielo, sería un error considerar el Cielo como algo extraño y creernos ciudadanos de la tierra. La Palabra de Dios es clara: “Queridos hermanos: les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo, que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida” (1P 2,11).
En comparación con otros tiempos, nunca ha sido tan fácil vivir como se vive hoy en el mundo occidental. Actualmente somos bombardeados con toda clase de entretenimientos. Con lo cautivador de los Medios de Comunicación Social y todas las cosas nuevas que existen, es fácil olvidar que la felicidad sólo Dios la puede dar. Es necesario recordar que la vida es una prueba, para no apegarnos demasiado a estas cosas materiales a las que a veces rendimos culto como a ídolos. “Que no nos haga vacilar el hecho de que los malos se enriquecen mientras los siervos de Dios viven en la estrechez. Nosotros sostenemos el combate de la fe con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue enseguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase enseguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al premio y no por amor a Dios. Por esto los juicios divinos a veces nos hacen dudar, porque no vemos aún las cosas con claridad” (De una homilía del siglo II).
¿Por qué alguna de las promesas de Dios, parecen incumplidas? ¿Por qué algunas oraciones parecen sin respuesta y algunos sucesos aparentan ser injustos? Precisamente porque la tierra no es nuestra última morada. Pero espera, aquí no acaba la historia. Todas las promesas de Dios se cumplirán, todas las oraciones son escuchadas, todas las injusticias serán juzgadas.
Es normal que muchos anhelos nuestros nunca sean satisfechos en esta tierra. Son normales las frecuentes decepciones. No somos completamente felices aquí, porque no se supone que lo seamos. Sólo Dios hace feliz al ser humano. La tierra no es nuestro hogar final. Hemos sido creados para algo mucho mejor. En la tierra nos sentimos como peces fuera del agua.
Recordemos a San Agustín: “Nos has creado Señor para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. “¡Qué tarde te conocí, Señor!”.
Es posible que debamos cambiar nuestra escala de valores. Los valores eternos, y no los temporales, deben ser los valores determinantes que influyan en nuestras decisiones. Alguien dijo: todo lo que no sea eterno es eternamente inútil.
La Biblia dice: “Todas estas personas murieron sin haber recibido las cosas que Dios había prometido; pero como tenían fe, las vieron de lejos, y las saludaron reconociéndose a sí mismos como extranjeros de paso por este mundo… Pero ellos deseaban una patria mejor, es decir, la patria celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, pues les tiene preparada una ciudad” (Hb 11,13.16). Hay infinitos capítulos de nuestra vida, después de la muerte. Pero se requiere fe para vivir en la tierra como un extranjero.
Algún día nos preguntaremos: ¿Por qué di tanta importancia a las cosas que eran temporales? ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué perdí tanto tiempo, esfuerzo e interés en algo que no iba a durar? Cuando la vida se pone difícil, cuando te asalta la duda o cuando te cuestionas si vale la pena sacrificarse viviendo para Cristo, recuerda que aún no has llegado a casa. Cuando mueras no dejarás tu hogar, más bien llegarás por fin a tu casa.