Margarita, mamá y educadora: el hogar que enseña a amar Una noche lluviosa, llega al oratorio de Valdocco un jovencito empapado que busca un lugar dónde quedarse. Mamá Margarita lo recibe con ternura: lo acerca al fogón para que se caliente, le seca su ropa y le ofrece algo de sopa y pan. Don Bosco le pregunta sobre su vida, pero él mismo comenta que no sentía mucha confianza hacia él. ¡Claro! ¡Ya le habían robado algunas colchas! Mamá Margarita ve más allá de la apariencia y dice confiada: “Si quieres, le prepararé para que pase esta noche; mañana, Dios proveerá” y lo recibe en la cocina. Le arma una cama improvisada, le da un sermoncito y reza con él antes de dormir. A partir de este gesto, el oratorio se convirtió también en casa que acoge. 

En el hogar, Mamá Margarita fue una educadora formidable, pues formó a sus hijos al trabajo, a la caridad y a la fe. Con la muerte de su esposo Francisco, Margarita tuvo que asumir las riendas de la casa, trabajando incansablemente como campesina para el sustento de la familia. En ese entonces era normal que los hijos ayudasen a sus padres en las labores del campo, por lo que Juanito aprendió, desde temprana edad, el valor del trabajo. 

A pesar de la pobreza que sufría la familia, Margarita educó a la caridad y al servicio. Confiaba completamente en la Providencia que los sostenía materialmente, pero que también los llamaba a ayudar a los demás. En la ventanita de la cocina que daba al exterior solía dejar un poco de sopa para que cualquiera que pasara por ahí y que tuviera necesidad no se viera en la situación vergonzosa de pedir, sino que simplemente pudiera tomar un poco. Además del acto de caridad, se preocupaba también por valorizar la dignidad de todas las personas. 

Pero el mismo Don Bosco afirma que el mayor cuidado que su madre tenía para él y sus hermanos era el de instruirlos en la religión. Margarita enseña a sus hijos a rezar y también asume la tarea de darles a conocer el catecismo. Sin embargo, más allá de los conceptos, los instruye en la fe a través del ejemplo. Don Bosco recuerda que fue ella misma la que lo preparó para su primera confesión. Fueron ambos a la iglesia y ella se confesó primero, recomendándolo al confesor. Luego, juntos agradecieron al Señor por el regalo del perdón. Rezaban juntos en el hogar y aún cuando Juanito no se encontraba con ella, siempre se recordaba de rezar el Ángelus incluso en medio del trabajo: dejaba de arar, se arrodillaba en la tierra y rezaba. 

Las manos de Margarita seguramente estaban encallecidas por el trabajo en los campos, pero eran las mismas manos encallecidas que ofrecían pan a quien no lo tenía, las mismas manos encallecidas que acariciaban a Juanito y a sus hermanos, las mismas manos encallecidas que los corregían con firmeza, las mismas manos encallecidas que tomaban entre los dedos las cuentas del rosario y las que se unían para agradecerle al Señor sus tantos beneficios.  

 

Legado de servicio

Siendo seminarista, Juan regresaba a casa durante las vacaciones de verano y ponía en práctica lo que su madre le había enseñado. Se ensuciaba de nuevo las manos trabajando la tierra, seguía ayudando a sus compañeros en los estudios, continuaba siendo catequista de algunos de sus vecinos y también comenzaba a aventurarse en la predicación en los pueblos cercanos. Ya como sacerdote y fundador, la insistencia en el trabajo, la caridad y la fe seguía siendo una constante en sus enseñanzas a los salesianos.

Don Bosco quiso que sus muchachos, muchos de los cuales no contaban con sus padres, tuvieran la misma experiencia de hogar que él había tenido en su infancia. Por eso quiso llevarse a su propia madre al oratorio, para que también fuera mamá y educadora para los chicos en Valdocco. Hubo momentos de desánimo y de prueba, pero Margarita permaneció en el oratorio durante diez años, hasta que el Señor la llamó a su presencia. Las enseñanzas de un buen educador nunca se olvidan, sino que siempre se ponen en práctica. ¡Con mayor razón si ese educador es el padre o la madre! 

 

“Don Bosco quiso que sus muchachos tuvieran la misma experiencia de hogar que él había tenido en su infancia. Por eso quiso llevarse a su propia madre al oratorio, para que también fuera mamá y educadora para los chicos en Valdocco.”

 

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