pesebre2 La sola proximidad de la Navidad crea un clima de intimidad y sabor de fiesta familiar. El decorado lo pone cada cultura. En nuestro ambiente centroamericano el tono navideño se traduce en las posadas, los tamales, la pólvora, el clima frío, los adornos típicos... Y, sobre todo, el “nacimiento” o portal o como se llame: la recreación artística o ingenua de la cueva de Belén que albergó a la Sagrada Familia.

Hay algo que flota en el aire que nos embarga de una alegría suave, esperanzada. Es una fiesta centrada en los niños. Pero que contagia a los adultos. Y que nos llena el corazón de una piedad con toque poético.

Fiesta central de la fe cristiana que, lamentablemente, está cada vez más amenazada por el consumismo desbordado. Con el riesgo de terminar celebrando una Navidad sin Jesús.

Que el folclor navideño no empañe sino incremente el adentrarnos en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. El sorprendente y casi increíble gesto del Hijo de Dios que se hace uno de nosotros, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Que Dios tome parte en la historia humana como uno de nosotros para que vivamos como hijos de Dios.

Que ese toque de alegría fina propio de la Navidad nos estimule a acercarnos con confianza al Dios niño, indefenso, y dejarnos contagiar de su gran amor hacia nosotros.

«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». Juan 3, 14-21

Compartir