No hemos nacido por casualidad. 1.- No hemos nacido por casualidad. Si hemos nacido, es porque Dios nos ha llamado a la vida. Cuando nuestras madres estaban embarazadas de cada uno de nosotros, no nos esperaba a nosotros precisamente.

Podía haber nacido otra persona y nuestra mamá la hubiera querido igual, y no nos habría echado de menos. Sólo Dios sabía que éramos nosotros los que íbamos a nacer porque ‘Él nos formó en el vientre de nuestra madre’ (Sal 139,13). "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado" (Jr 1,5). Resulta así que la existencia de cada individuo, desde su origen, es parte del designio divino. En realidad, Él nos predestinó a nacer desde antes de la creación del mundo según Ef 1,4. No hemos nacido, pues, por casualidad o por equivocación. Tampoco nos hemos dado el ser a nosotros mismos.

Independientemente de cuáles hayan sido las circunstancias, buenas o malas, que rodearon nuestra concepción y nuestro nacimiento, la verdad es que ha sido Dios quien nos ha llamado a  la vida y ha creado nuestra alma en el momento en que nuestros padres nos concibieron.

 

2.- ¿Cuál es el fundamento de la dignidad humana? El  fundamento de la alta dignidad del ser humano surge de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra" (Gn 1,26).

 El respeto a la dignidad de la persona humana es, pues, el principio ético fundamental, del cual derivan todos los demás principios éticos.

La vida huma es siempre un bien. Desde el primer instante de su concepción hasta su muerte natural. También cuando se trata de una vida en situación precaria. Esta afirmación condena la destrucción de embriones, el aborto y la eutanasia.

El ser humano, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene las siguientes prerrogativas, que lo diferencian de los animales: la razón; la capacidad de amar y de conocer la verdad; el discernimiento entre el bien y el mal; la libertad (capacidad de  tomar decisiones permanentes, y de cumplir promesas), y la capacidad de relacionarse con Dios. Así como la responsabilidad, la conciencia moral, y el deseo de felicidad.

3.- Síntesis del mundo material y espiritual. El ser humano resulta de la unión sustancial de alma y cuerpo. Es imposible separar en el hombre lo material (cuerpo) y lo espiritual (alma). El alma no se ve, pero se manifiesta a trasvés de sus capacidades, y se expresa necesariamente a través del cuerpo.

Cada persona humana debe ser sumamente respetada por todos, siempre. Y nunca debe ser instrumentalizada ni utilizada como una cosa. Por ningún motivo el hombre puede ser sometido a sus semejantes.

La vida que Dios da al hombre es mucho más que un existir en este mundo: "Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza" (Sb 2,23). Somos miopes sobre nuestra propia naturaleza, si ignoramos el más allá.

           

4.- La imagen divina en el ser humano, se nubló. Lamentablemente, el magnífico proyecto de Dios sobre el ser humano, se oscureció por la aparición del pecado en la historia. El pecado indica que el ser humano es libre, y que Dios respeta al máximo esa libertad. Por eso Dios ha permitido el pecado. Con el pecado el hombre se separa de Dios y desfigura en sí mismo la imagen divina; se envilece y está tentado de ofender también la imagen de Dios en los demás, sustituyendo las relaciones de amor y la convivencia pacífica por actitudes de enemistad, llegando al odio y al homicidio.

            5.- Restauración de la imagen divina en el ser humano. La imagen de Dios vuelve a resplandecer en el hombre, y se manifiesta en toda su plenitud, con la venida del Hijo de Dios en carne humana (la Navidad). La obediencia redentora de Cristo a Dios Padre, es fuente de gracia que se derrama sobre los hombres abriendo de par en par a todos, su oferta de una vida nueva.

Entonces la imagen divina en nosotros es restaurada y llevada a perfección. Sólo así el hombre puede reconstruir la fraternidad rota, reencontrar su propia identidad y alcanzar su plena realización.

            No hemos nacido para morir. La vida que el Hijo de Dios ha venido a dar a los hombres no se reduce a la mera existencia en este mundo pues está llamada a participar de la plenitud de Su vida y Su amor por toda la eternidad.

Ya desde ahora el creyente se abre a la participación en la vida divina por la fe y el bautismo. Además de cuerpo material y alma espiritual, el cristiano tiene a Dios mismo en sí (La Gracia de Dios, el Espíritu Santo). Ahora sabemos que la dignidad del hombre no sólo deriva de haber sido creado a imagen de Dios, sino también de haber sido redimido por Jesucristo, y de su destino eterno en comunión con Dios, después de la muerte.

6.- La vida humana es sagrada. Dios es el único Señor de la vida: el hombre no puede disponer de ella.

            De lo sagrado de la vida humana deriva su carácter inviolable.

            El mandamiento ‘no matarás’ prohíbe, ante todo, el homicidio; pero también condena cualquier daño causado a otro (Ex 21,12-27).

El Nuevo Testamento es una fuerte llamada a respetar el carácter inviolable de la vida física y la integridad personal; y obliga a hacerse cargo del prójimo como de sí mismo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

             Culmen de este amor es la oración por el enemigo: "Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,44-45). Todos los mandamientos se resumen en este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

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