El Cuerpo de Cristo. Estamos en un mundo que rinde culto al cuerpo.

Pues, de hecho, en la festividad del Corpus Christi, nos reunimos los católicos para rendir culto a un cuerpo. Al cuerpo de Cristo. Por supuesto se trata de un culto muy distinto del de los espejos y los gimnasios; los desnudos, las dietas y los cosméticos.

¿Y por qué rendimos este culto? Porque en Colosenses 2,9 dice que en el Cuerpo de Cristo habita toda la plenitud de la divinidad. O sea, que Dios se hizo hombre y tomó un cuerpo.

¿Por qué? Lo oímos decir a Jesús durante la Última cena: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros". Dios tomó un cuerpo para poder entregarlo como prueba de amor hacia nosotros. Y así instituyó la Eucaristía como constante actualización de su entrega de amor por nosotros. Y Jesús añadió: “Haced esto en memoria mía”.

Lo que vemos es al Hijo de Dios hecho hombre, que se entrega totalmente: entrega (ofrece) su cuerpo hasta la muerte, entrega (dona) su vida, por amor.

Por amor a los pecadores, nosotros, de quienes, sin embargo, se compadeció. Por eso se entrega totalmente por nosotros, a fin de salvarnos y de que tuviéramos vida, vida abundante, vida feliz, vida divina. Es el amor lo que salva. El amor que consiste no en entregar ‘algo’, sino en dar-se, entregar-se, ofrecer-se. Entregar el propio cuerpo por amor.

En el centro de nuestra atención el día de Corpus, está la entrega de un cuerpo hasta la muerte, como signo de una entrega de vida y de una entrega total, por amor. “No hay amor más grande que dar la vida por aquellos a quienes se ama”.

- “Sacrificios y oblaciones no quisiste: pero me has formado un cuerpo… Entonces dije: ‘¡He aquí que vengo… para hacer, oh Dios, tu voluntad!’… Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la ofrenda (entrega) de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (S 40,7-9; Hb 10,10). Estamos santificados gracias a la entrega de cuerpo de Cristo.

La entrega del cuerpo de Cristo hecha una vez por todas en la cruz, se hace luego presente en cada Eucaristía que celebramos en la historia, hasta el fin del mundo.

“Entregar el cuerpo por amor” nos recuerda el matrimonio. En efecto aquí hay una figura matrimonial. En cada Eucaristía, Jesús renueva su alianza matrimonial, entrega su cuerpo por amor a la Iglesia y a cada cristiano para que cada uno de nosotros pueda seguir diciendo: “Me amó y se entregó por mí”.

La sangre de Cristo derramada el Viernes Santo sella la Alianza de amor entre Dios y la Humanidad. “Esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza (matrimonial) que se entrega por vosotros”. El Esposo divino, Cristo, entrega su vida por amor a su esposa la Iglesia.

No es que el amor de Cristo a la Iglesia se parezca al amor de un marido a su mujer. En realidad es al revés. El amor del marido a su mujer debe parecerse al amor de Cristo a su Iglesia. El amor humano debe parecerse al amor divino. El matrimonio humano debe parecerse al matrimonio entre Cristo y la Iglesia. El esposo y la esposa humanos deben parecerse a Cristo.

A ejemplo de Cristo, el marido se entrega totalmente; entrega su cuerpo a su esposa por amor para engendrar vida. El matrimonio consiste en un mutuo darse y recibirse, entrega total mutua, por amor, para engendrar nueva vida. El amor verdadero implica una entrega total, exclusiva y para siempre: “en las buenas y en las malas”.

Deben estar dispuestos los esposos a, si es necesario, entregar la vida el uno por el otro, por amor.

Como lo hizo Jesucristo.

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