a forma más fácil de enseñar a los niños a rezar es que te vean rezar, para que comprendan que Dios es importante para ellos A mis niños les preguntaba en catequesis: "¿Saben por qué quiero enseñarles a rezar? ¿Por qué les doy todos estos libros sobre la Biblia e insisto en que los lean?". La respuesta de una niña de once años llegó, desenfadada, sin pensárselo mucho: "Porque nos quieres y quieres que tengamos una vida feliz".

La oración es un gesto de amor, es la forma más encantadora de entrar suavemente en la noche. Enseñar a rezar es el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos. Sin embargo, el miedo a hablar a los niños de Dios y a rezar con ellos es casi un deporte nacional.

Recuerda: rezar no es un deber, sino un placer, un verdadero placer profundo de las criaturas humanas, por lo que no debe ser anunciado como una condena al trabajo forzado, sino como un momento de alegría compartida, de tranquilidad, de armonía. La familia que reza unida es una familia unida.

Como con todas las cosas importantes, la forma más fácil de enseñar a los niños a rezar es que te vean rezar, para que comprendan que Dios es importante para ellos, que vale la pena dedicar tiempo a Jesús. Si los niños ven que sus padres están satisfechos cuando rezan, percibirán que Dios es una persona que escucha a quienes le hablan.

Después, reza con ellos, y sé sencillo y sincero, utiliza palabras y sentimientos que los niños puedan entender, abrázalos y empieza con frases como: "Jesús, bendice a nuestro pequeño Enrique que se hace hombrecito". Los gestos son importantes: una señal de la cruz sobre el niño seguida de un cálido beso sitúa la oración en el marco adecuado. Los niños deben comprender que no se trata de un juego.

Evita ser "el estereotipo" recurriendo a las fórmulas habituales que se desgastan fácilmente. Hay una gran diferencia entre "recitar" oraciones y rezar. Hazte con libros llenos de oraciones originales y bellas ilustraciones: te serán útiles para las tardes en las que estés especialmente cansado. Si es posible, canta con ellos. Conozco una familia que termina el día cantando delante de una imagen iluminada sólo por una vela. La oración es alabanza, acción de gracias, asombro, ternura, alegría.

El libro más utilizado es, por supuesto, la Biblia. Los niños aprenden que es el "Libro de Dios". Hay ediciones de "Biblias infantiles" que seleccionan los pasajes más adecuados para los niños. Historias, personajes, palabras de la Sagrada Escritura son indispensables para alimentar la oración y la vida espiritual. Las frases de los salmos, las palabras de Jesús, las parábolas pueden transformarse en fuente maravillosa de oración.

Es un espectáculo impagable ver a un niño decir con convicción: "Señor, mírame, protégeme... Tú eres lo más hermoso que tengo. Eres mi guía, incluso de noche mi corazón te recuerda. Te tengo siempre ante mis ojos, contigo cerca nunca caeré" (Salmo 15).

No olvides que la oración es relación y comunicación. Ayuda a los niños a comprender que Dios quiere ser su mejor amigo. A los niños les gusta tener amigos, y Dios quiere estar cerca de ellos. Puedes explicárselo así: "Dios te quiere mucho. Te ha creado para que seas especial y quiere establecer contigo una amistad especial, distinta de la que puedes establecer con cualquier otra persona. Las grandes amistades se construyen día a día. Dios quiere que cada día te acerques más a Él y le pidas que te ayude a conocerle mejor".

Habla de Dios utilizando las palabras de Jesús. Enseña que rezar es también escuchar. La voz de Dios es diferente de las voces humanas, pero es real. Es como un secreto, una confidencia. Llega a través del silencio que haces "dentro": a través de los pensamientos, las lecturas del Evangelio, los acontecimientos de la vida, los deseos, los encuentros del día.

Haz de la oración una cita diaria, que se echa de menos cuando no está. Comprende las dificultades. Si la pequeña Jessica no tiene ganas de rezar, puedes decirle simplemente: "Este pajarito está cansado esta noche, Señor. Hablaremos mañana". Mantener abiertos los canales de comunicación entre padres e hijos es la clave.

Acostumbra a los niños a pedir perdón, a rezar por los demás, y elabora "proyectos de oración" familiares para implicar a los niños en la vida de oración de los padres y orientarlos. Cuando ocurra algo que afecte a toda la familia, como una mudanza, la búsqueda de un nuevo trabajo o la enfermedad del abuelo, es bueno hablar de ello y luego rezar juntos, pidiendo la ayuda de Dios.

Habla con calma sobre la respuesta de Dios. Sobre todo cuando no llega. El momento decisivo para guiarnos a la confianza en la oración ocurre cuando la vida tiende a "obstáculos", y parece que Dios no responde a nuestras oraciones; es un momento que los niños observan con mucha atención. Parece una contradicción, pero el momento más adecuado para guiar a confiar en Dios ocurre cuando Dios no parece muy digno de confianza. En esos momentos de confusión y dificultad, tu respuesta de fe se convierte en una poderosa herramienta de guía.

Los niños son los más dispuestos a aceptar el hecho de que Dios también tiene derecho a responder "no" por el bien de sus hijos. Como explica Jesús: "El Padre sabe lo que necesitamos".

Por último, sitúa la Misa en el punto culminante de la vida de oración familiar. Debe ser un momento extraordinario, en el que la oración se convierta en verdadera comunión con Dios y con los demás.

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