Caleidoscopio

P. Sergio Checchi, SDB Sartre decía «yo existo, eso es todo, y me resulta nauseabundo». Pero yo existo y lo encuentro todo admirable. Esto me enseña don Checchi, el gran sacerdote y educador salesiano, el evangelista y filósofo de la fe y de la razón, ese peregrino de don Bosco en Centroamérica, ese cándido y transparente espíritu de la sabiduría, esa alma generosa, serena y virtuosa sobre la cual versan quienes fueron sus estudiantes, sus cercanos y sus libros. ¡Sí!, sus libros, porque la escritura, ese antiquísimo instrumento de la inteligencia, protege, guarda y devela la potencia infinita de este gran hombre, de este enorme pensador, de este enamorado del saber y de los enigmas que, en la hermosa, silente y hospitalaria trascendencia de las páginas y de las bibliotecas, me permite honrarlo, también, como padre y maestro.

Yo existo, eso es todo, y lo encuentro admirable porque don Checchi nos legó un pensamiento convergente de fe y de filosofía cuyo método, horizontes y estilo nos exhortan, con aplomo, seriedad y modestia, a salir del «yo», explorar la vida, enfrentar su crudeza inabordable, navegar el vértigo de su aparente deriva, pero estar alegres en el encuentro con los «otros», maravillarnos de la existencia y entregarnos a esa fuente primera del ser y de la verdad: Dios. Sí, don Checchi constituye una escuela y un camino: la escuela del pensar y el camino de la sabiduría. Dadivoso, él nos ofrece volver a los principios, al antiguo thaumazein, ese asombro primigenio, esa inagotable inquietud, esa necesidad por las causas primeras, ese sagrado equilibrio del intellectus fidei que, dirá don Checchi, es «comprensión de fe, simbiosis armónica, revelación y filosofía, que penetra, ordena, deduce…» (Pensar con sabiduría [Exhortación a la sabiduría]). La mítica eminencia intelectual de don Checchi se sostiene en su finísima literatura académica, empero también en la gracia y garbo de su mítico carácter de galanura bosquiana y sencillez salesiana. Don Checchi es el ejemplo perfecto de la síntesis idónea para un profesor: cobijo anímico, sendero teórico.      

El padre Sergio Checchi, SDB (Albano Laziale, 27 de abril de 1935 – ciudad de Guatemala, 7 de noviembre, 2022) graduado de la Pontificia Salesiana, misionero en el istmo de América, director de obras, pastor incansable, docente extraordinario, músico autodidacta, escritor de pluma precisa y lector inagotable fue filósofo, sobre todo filósofo, ese que nos permite descubrir en sus piezas la luz, dulce y humilde, de la antigua religión del amor por el conocimiento máximo en que filosofía y cristianismo son, en definitiva, la misma cosa: poesía (poiesis: creación, descubrimiento, mundo nuevo). Don Checchi encarna esto: el principio de ejemplaridad poética, es decir, una invitación perpetua para reivindicar el valor revolucionario de la pedagogía salesiana, esa carismática convergencia de intelecto y fe al servicio de un mundo complejo, asediado por el peligro del mal y la terrible indiferencia. En el aula, ese espacio sacro, descansa una posibilidad de actuar por «amor de benevolencia», diría don Checchi. El llamado suyo a los educadores era formarnos como intelectuales por el amor y formar intelectuales para el amor, esa era su metafísica. Solo así, nos dirá él, «podríamos postular la existencia de una vida ultraterrena, la inmortalidad del alma humana y la existencia de un ente-valor infinito, capaz de hacernos definitivamente felices» (Metafísica I). Un docente solo puede pensar con sabiduría, entonces, cuando piensa con y para los otros, sabiendo el puesto centralísimo de la persona en el universo y reconociendo el bellísimo misterio de Dios como fin último.

En la conferencia «Don Bosco y la misión salesiana», don Checchi recogió las palabras de don Bosco a los jóvenes «[…] yo por ustedes estudio, por ustedes trabajo». Los jóvenes, esa etapa «frágil, expuesta, decisiva y preciosa» que tan bellamente describió don Bosco, nos interpelan a la búsqueda de la excelencia de la fides et ratio. Incluso san Francisco de Sales señalaba que el estudio es el octavo sacramento. Don Checchi es una demostración contundente de esto: un padre y un maestro esculpido por el cincel de las ideas. En el Boletín Salesiano, Don Bosco en Centroamérica (ene.-feb., n.o 183, año 32, 2016) don Checchi nos formula una fuerte interrogante: «[…] ¿cuál fue, al fin, la vocación de don Bosco: la de sacerdote o la de educador? O, al menos, ¿cuál de ellas fue primero?, ¿cuál fue la que inspiró su vida y su actividad?». Responde don Checchi: «[…] don Bosco miraba en profundidad, miraba más adentro de lo que normalmente hacen los educadores. El muchacho no es solamente cuerpo, no es solamente cerebro, ni solamente necesidad de afecto e inserción social; es también, y sobre todo, imagen de Dios. […] Así quiso ser don Bosco: sacerdote-educador, educador-sacerdote». Don Checchi muestra el rumbo: pensar con sabiduría es armonizar el espíritu y la mente para dar sentido al mundo que nos circunda, envuelve y convoca. De donde Checchi hemos heredado Persona rationis, Doce lecciones de filosofía, Pensar con sabiduría, Metafísica I, Metafísica II, varios artículos, conferencias y un arcón por descubrir. Será nuestra tarea reunir sus obras, continuar su labor, abrazar su ejemplo y dialogar ad astra para ser, junto con él, caminantes de la sapiencia.

  

"Esta experiencia nos hizo comprender la urgencia del mandato misionero".Todo comenzó una mañana de noviembre de 2024. El aire estaba cargado de expectativas cuando los prenovicios, junto a otros salesianos formandos, nos embarcamos en una misión salesiana hacia San Pedro Carchá, en Alta Verapaz, Guatemala. No sabíamos que esas semanas de apostolado abrirían nuestros ojos a una dimensión desconocida: las misiones indígenas.

"Estoy convencido de que Dios nos ha llamado, a cada uno de nosotros, por amor".Queridos hermanos, espero que se encuentren bien y que la paz de nuestro Señor Jesucristo esté siempre con ustedes. Quiero compartirles algunas reflexiones que surgieron tras el último acontecimiento que viví junto a mis hermanos de comunidad en CRESCO. Espero que estas palabras sean de provecho para todos.

“Lo escuchaba atento y no podía quitar de mi mente la escena de los discípulos de Emaús”.Era el tercer día del Camino de Santiago, esta centenaria peregrinación hacia la Catedral de Santiago de Compostela, templo que custodia los restos de este apóstol de Jesús. Junto con un hermano salesiano nos aventuramos a recorrer ciento quince kilómetros a pie, yendo tras las huellas y los caminos que millones de peregrinos, con el pasar de los siglos, han hecho. 

"Yo los he tomado y se los he ido a presentar a Jesús pidiendo por este compañero para que deje de desperdiciar la comida".Un hermano entró, como buen salesiano, a hacer su visita al Santísimo en la cripta del colegio. Se percató de que, justo delante del sagrario, había algo extraño. Se acercó y vio que había un pequeño pan. Automáticamente pensó en la famosa película de “Marcelino pan y vino” y en el gesto que el protagonista tenía con Jesús. El hecho llegó a oídos del equipo de pastoral y de la comunidad salesiana y supusimos que este curioso detalle venía de parte de algún niño que estaba preparándose para su primera comunión, puesto que les habían proyectado algunas escenas de dicha película.

Cristian Adolfo López de León, exalumno salesiano de Guatemala y ahora, misionero salesiano en Mongolia.“¿Qué querés que te regale cuando seas grande?” me preguntó mi mamá una tarde. Yo, con menos de diez años y sin dudar ni un segundo, le respondí, “un Todoterreno para poder andar en las montañas ayudando a los que lo necesitan.” Mi mamá me vio sorprendida y guardó esta respuesta en su corazón. Años después, ella es la única testigo de tal hecho y ahora que me lo cuenta solo confío en sus palabras, pero es tal vez este el punto de partida para lo que se convertirá en “una vocación dentro de la vocación” como le suelen llamar. Yo no lo creería tanto, no me gustan esos carros.