Don Bosco ha visto, ha escuchado, ha sabido captar la realidad social, interpretar su significado y sacar las consecuencias. Don Bosco escribe en sus ‘Memorias del Oratorio’: “Ver cantidad de jóvenes entre la edad de 12 y 18 años, todos sanos, robustos, de inteligencia despierta; pero verlos allí sin hacer nada, comidos por los insectos, desprovistos del pan espiritual y material, fue algo que me horrorizó”.

He aquí un primer elemento a tener en cuenta: Don Bosco ha visto, ha escuchado, ha sabido captar la realidad social, interpretar su significado y sacar las consecuencias.

De esta experiencia nació en Don Bosco una inmensa compasión por aquellos muchachos. Al encontrarse con ellos sintió la urgencia de ofrecerles un ambiente de acogida y una propuesta educativa según sus necesidades:

“Entonces caí en la cuenta de que muchos habían ido a parar a la cárcel por que se encontraban abandonados a sí mismos. Quién sabe dije para mí, si estos jóvenes hubiesen tenido fuera un amigo, que se hubiera preocupado por ellos, los hubiera asistido e instruido en la religión en los días festivos, se hubieran mantenido alejados de la ruina o al menos disminuiría el número de los que entrarían en la cárcel. Comuniqué esto a Don Cafasso y con su consejo y con sus luces me puse a estudiar el modo de llevarlo a la práctica”.

Por eso Don Bosco piensa ante todo en prevenir estas experiencias negativas, acogiendo los muchachos que llegan a la ciudad en busca de trabajo, los huérfanos o aquellos cuyos padres no pueden cuidarlos, aquellos que vagan en la ciudad sin un punto de referencia afectivo y sin una posibilidad material para una vida digna. Les ofrece una propuesta educativa, centrada en la preparación al trabajo, que les ayuda a recuperar la confianza en sí mismos y en el sentido de la propia dignidad.

Les ofrece un ambiente positivo de alegría y amistad, en el que asumen casi por contagio los valores morales y religiosos. Ofrece una propuesta religiosa sencilla, adecuada a su edad y sobre todo alimentada por un clima positivo de alegría y orientada por el gran ideal de la santidad.

Cuando sanó de una grave enfermedad en 1846, Don Bosco, ante los jóvenes que habían orado por su salud, profirió las palabras más solemnes y comprometedoras de su vida: “Queridos hijos, mi vida la debo a vosotros. Pero estad seguros de que desde ahora en adelante, la gastaré toda por vosotros”. Don Bosco, inspirado por el Espíritu Santo, en cierta manera emitió un voto inédito: el voto de amor apostólico, de entrega de la propia vida por los jóvenes, que observó en todo momento de su existencia.

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