Basándonos en las enseñanzas del papa Juan Pablo II, podemos responder a la pregunta de la siguiente manera.
La Iglesia quiere ofrecer su contribución en defensa de la dignidad, papel y derechos de las mujeres; quiere reflexionar sobre sus problemas considerados a la luz de la Palabra de Dios.
El papa da gracias al Señor por la vocación y la misión de la mujer en el mundo. Quiere agradecer personalmente a cada mujer por lo que representa en la vida de la humanidad.
Por desgracia somos herederos de una historia en la que se ha hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. Las responsabilidades de esta marginación se han dado incluso por parte de no pocos hijos de la Iglesia. Juan PabloII lo lamenta sinceramente.
Pero el Evangelio tiene un mensaje sobre el tema de la liberación de la mujer contra toda forma de abuso. Mensaje que brota de la actitud misma de Cristo. Él, superando las normas vigentes en su tiempo, tuvo en su relación con las mujeres una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de ternura.
Hay que reconocer que, en la larga historia de la humanidad, las mujeres han contribuido al progreso no menos que los varones, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas. Partiendo con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración e incluso al despojo de su aportación intelectual.
Respecto a esta grande e inmensa herencia femenina, la humanidad tiene una deuda incalculable. ¡Cuántas mujeres han sido y son todavía hoy tenidas en cuenta más por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, sensibilidad y, en definitiva, por la dignidad misma de su ser!
Todavía hoy, en muchas partes hay obstáculos que impiden a las mujeres su plena inserción en la vida social, política y económica. Baste pensar en cómo a menudo es penalizado el don de la maternidad, al que la humanidad debe su misma supervivencia. Ciertamente, aún queda mucho por hacer para que el ser mujer y madre no implique una discriminación.
¿Cómo no recordar la larga y humillante historia de abusos cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad? No podemos permanecer impasibles y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar con determinación, empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia sexual que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres.
Merecen en cambio reconocimiento las mujeres que, con amor heroico, llevan a término un embarazo derivado de relaciones sexuales impuestas con la fuerza. En semejantes casos, la opción del aborto (que es siempre un pecado grave), antes de ser una responsabilidad de las mujeres, es un crimen imputable al varón y a la complicidad del ambiente social que lo rodea.
Hay que devolver a las mujeres el pleno respeto de su dignidad. Dice el papa: “Expreso mi admiración hacia las mujeres que se han dedicado a defender la dignidad de su condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos sociales, económicos y políticos”.
Este es el feminismo al que le decimos, sí.
Mirando este gran proceso de liberación de la mujer, se puede decir que ha sido un camino difícil y complicado, y sustancialmente positivo, incluso estando todavía incompleto, porque en varias partes del mundo, todavía se obstaculiza que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad.
Todo lo dicho hasta aquí constituye el feminismo al que le decimos SÍ.
El feminismo al que decimos no está constituido por las exageraciones en que se ha caído en algunos países.
Y Francisco I, en Amoris laetitia (2016) dice que hay que evitar toda interpretación inadecuada del texto de la carta a los Efesios donde se pide que ‘las mujeres estén sujetas a sus maridos’ (5,22). Aquí San Pablo se expresa en el lenguaje propio de aquella época. Pero hay que tomar en cuenta todo el contexto. La unidad que se debe formar por el matrimonio se realiza a través de una recíproca donación, que es también una mutua sumisión. Por eso se dice también que ‘los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos’ (5,28). El texto bíblico invita a vivir ‘los unos sujetos a los otros’ (5,21). En el matrimonio, esta recíproca ‘sumisión’ se entiende como una pertenencia mutua, libremente elegida, en la fidelidad y el respeto.
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