Ante la imposibilidad física de acudir al sacramento eucarístico podemos unirnos místicamente (espiritualmente) al sacrificio de Cristo mediante la comunión espiritual Cristo muerto y resucitado, entregado en la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y de la vida de cada creyente. Sucede que no siempre podemos acceder a la Eucaristía de modo sacramental, bien porque no estamos en gracia de Dios (en pecado mortal), y nuestra situación de vida no concuerde con la vida que debemos vivir como bautizados, o por estar enfermos, o por vivir en una zona alejada en la que los sacramentos no se celebran con regularidad. Algún viaje de emergencia u otra complicación extraordinaria podría también limitar nuestro acceso a la Eucaristía.

Por último, puede haber circunstancias calamitosas como en tiempos de guerra o peste (nuestra pandemia sería el caso), en que los católicos tienen prohibido asistir a Misa y no pueden recibir la Sagrada Comunión ni fuera de la Misa, a menos que se reciba como Viático (en peligro de muerte).

En situaciones de impedimento físico para acceder a la Sagrada Comunión tenemos un «remedio» a nuestro alcance: hacer un acto de comunión espiritual. La comunión espiritual es un acto de fe y de amor, un acto de devoción personal cuando las circunstancias físicas nos impidan recibir la Sagrada Comunión.

Para la comunión espiritual no hay establecidas fórmulas rituales. Es un deseo personal eucarístico en una circunstancia de imposibilidad física y aquí puede entrar toda la «creatividad» espiritual personal para abrir el alma para que Dios entre con su gracia. Aunque, en este caso, no sea de manera sacramental.

«La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la Sagrada Comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1417). Pero ante la imposibilidad física de acudir al sacramento eucarístico podemos unirnos místicamente (espiritualmente) al sacrificio de Cristo mediante la comunión espiritual. No estamos abandonados ni por Dios ni por la Iglesia, por graves que sean las circunstancias de guerra, peste o pandemia.

A lo largo de los siglos muchos santos nos testimonian cómo hicieron y vivieron la realización de la comunión espiritual. Siguiendo sus huellas podemos imitarlos hoy.

Santa Teresa de Jesús fomentaba esta práctica: «Cuando no puedan comulgar ni oír Misa presencialmente, pueden comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho. Es mucho lo que se imprime el amor así del Señor».

Pero es necesario buscar previamente el perdón y, si se tuviera conciencia de pecado mortal, hacer un acto de arrepentimiento sincero, con el correspondiente propósito de enmienda y la decisión de confesarse sacramental lo antes posible.

¿Cómo podría ser eficaz una comunión espiritual si no se vive en gracia de Dios; si se vive habitualmente en situación de pecado mortal sin dar muestras de arrepentimiento y de propósito de enmienda? Es necesario estar en gracia de Dios.

O, como se ha dicho ya, hacer un acto de arrepentimiento sincero, con el correspondiente propósito de enmienda y la decisión de confesarse sacramental lo antes posible. Lo cual difícilmente aplica a las personas que habitualmente viven en una situación de pecado sin dar muestras de querer cambiar.

En algunas parroquias se acostumbra a rezar al micrófono la Comunión Espiritual, mientras se distribuye la comunión sacramental a los fieles presentes. Lo cual tiene sentido si la misa se transmite en directo para que puedan seguirla desde sus casas las personas que, por cualquier motivo, están impedidas de acudir el templo físicamente. Es a los ausentes a quienes se invita a realizar la comunión espiritual.

Pero si la misa no se transmite a los ausentes, uno se pregunta a quién se dirige esa comunión espiritual si todos pueden comulgar sacramentalmente.

Hemos dicho que la Iglesia no tiene rituales establecidos para la comunión espiritual. Pero ofrecemos una rica fórmula que forma parte del tesoro de la Iglesia para todos. Y que se puede rezar también en privado. Es la comunión espiritual de San Alfonso Ligorio:

«Creo, Jesús mío, que estás realmente presente
en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado,
ven al menos espiritualmente a mi corazón.
(Se hace una pausa en silencio para adoración).
Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a ti.
No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. Amén».

 

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