Porque amar bien, también es aprender a decir no. Los medios de comunicación suelen transmitir la idea equivocada de que la Iglesia Católica está llena de prohibiciones: ‘No hagas esto, no hagas aquello’. Todo parece estar prohibido y eso produce alergia y aleja a las personas.

Seamos claros, los diez mandamientos de Moisés incluyen varias prohibiciones: ‘No cometer adulterio, no matar, no robar, no mentir’.

Pero curiosamente cuando resumimos en dos esos diez mandamientos, desaparecen las prohibiciones y todo se convierte en positivo: ‘Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos’.

¿Qué ha pasado aquí? ¿No parece contradictorio? Todos los ‘no’ se han convertido en un gran ‘SÍ’. Lo que ocurre es que los ‘no’ están puestos ahí para proteger el gran ‘SÍ’. Para proteger el gran sí del AMOR.

¿Acaso el amor no necesita protección? ¿Acaso no prostituimos el amor verdadero cuando nos olvidamos de las prohibiciones? En efecto, llamamos ‘amor’ a una relación carente de respeto y de compromiso; llena de mentiras y disimulos. Lo llamamos ‘amor’ y nos estamos aprovechando de la persona, la utilizamos mientras nos sirve. Y la abandonamos cundo comienzan las dificultades.

La fórmula real es: ‘Te amo en las buenas, pero no en las malas; en la salud, pero no en la enfermedad’. ‘Te amo mientras me satisfaces’.

Las “prohibiciones” de la Iglesia están siempre en función de la ‘afirmación’ de un bien más grande. Si renunciamos a algo es para priorizar algo mejor.

La cultura actual reduce el amor a “emociones sexuales y sentimentales, sin un proyecto y sin compromiso”.

Pero, a diferencia de esta concepción, según el diseño de Dios, la sexualidad está en función del amor verdadero, es decir, en el respeto y el compromiso por el bien de la persona amada.

El amor verdadero busca el bien de la persona amada, su plena realización personal, su salvación eterna. El amor verdadero respeta y se hace respetar. Sabe esperar. Y, luego, se compromete y es fiel. Por eso no hay que fornicar y no hay que cometer adulterio. Por eso hay prohibiciones.

La Iglesia no reprime la sexualidad, sino que la libera de la tiranía del instinto, la preserva del envilecimiento, la purifica y la sana, para que pueda llevar a cabo todo su profundo significado y su belleza. La sexualidad en su cauce al servicio del amor verdadero: en el matrimonio heterosexual, fiel, indisoluble y abierto a la vida.

Hay que entender el sentido y valor de las normas morales. Las prohibiciones ayudan a canalizar las energías hacia un bien mayor. “Todos los 'no' están en función de un gran 'sí'. Protegen el amor verdadero que es el que satisface de verdad.

En la medida en que se percibe el sentido y el valor de las normas morales, crece también la energía para observarlas, especialmente si con la oración, la confesión y la Eucaristía se alimenta la relación con el Señor Jesucristo que nos comunica la gracia del Espíritu Santo.

Y se llega al culmen de Jesús: ‘No hay amor más grande que dar la vida por la persona a la que se ama’.

Quien está íntimamente convencido de ser amado por el Señor, tiene también el vivo deseo de devolver el amor y se compromete para cumplir cada vez con más generosidad la voluntad de Dios.

Si a veces no se logra, se comienza de nuevo y se confía a la divina misericordia.

Se hace el bien que se es capaz de hacer y, así, tener la fuerza para lograr el bien que todavía no se es capaz de hacer.

De esta manera, gradualmente, el propio amor se purifica y se hace más verdadero y hermoso.

Las personas estamos hechas no para la soledad, sino para la relación con los demás. Hemos sido creados a imagen de Dios uno y trino. Así como las personas divinas viven en perfecta comunión de amor entre ellas, nosotros podemos ser felices si nos comunicamos con los demás y con Dios en el amor verdadero.

El ejemplo de amor por excelencia es el que existe entre el hombre y la mujer, porque la relación de pareja, si es auténtica, es imagen y participación de la vida de amor trinitario.

 

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