No hay cambios duraderos sin cambios culturales Dios nos ha conectado con todas sus criaturas. Aunque el enfoque tecnológico actual puede hacernos sentir aislados, debemos recordar que formamos parte de una "zona de contacto" con el mundo que nos rodea.

La visión judeocristiana valora mucho al ser humano, pero hoy debemos aceptar que no podemos existir sin las demás criaturas. Estamos unidos con todo en el universo, formando una familia universal que merece nuestro respeto y cariño.

Esta conexión con el mundo no es algo que elegimos, sino algo fundamental en nuestra existencia. Si dañamos nuestro entorno, como la desertificación de la tierra o la extinción de especies, lo sentimos como si fuera una enfermedad o una pérdida personal. Esto nos lleva a reconsiderar nuestra visión del ser humano como una criatura más humilde y conectada con el mundo.

Debemos esforzarnos por reconciliarnos con nuestro planeta y contribuir a embellecerlo. Aunque es importante reconocer que las soluciones más efectivas vendrán de decisiones políticas importantes, tanto nacionales como internacionales.

Todo esfuerzo cuenta. Evitar incluso un pequeño aumento en la temperatura global puede prevenir sufrimientos. Los cambios duraderos requieren cambios culturales y en las convicciones de las sociedades, y estos no ocurren sin cambios en las personas.

Las acciones cotidianas como contaminar menos, reducir desperdicios y consumir con prudencia, pueden crear una nueva cultura. Cambiar hábitos personales, familiares y comunitarios puede aumentar la conciencia sobre las responsabilidades de los políticos y la indignación ante la apatía de los poderosos. Aunque estos cambios puedan parecer pequeños, contribuyen a grandes transformaciones en la sociedad.

No hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades, y no hay cambios culturales sin cambios en las personas.

 

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