No todo avance en poder significa un progreso real para la humanidad. Piensa en las tecnologías increíbles usadas en el pasado para causar destrucción masiva, como las bombas atómicas o el exterminio de pueblos enteros. En esos momentos, la admiración por el avance tecnológico nos cegó a sus terribles consecuencias. Este riesgo siempre existe porque nuestro gran crecimiento tecnológico no ha venido con un desarrollo igual en responsabilidad, valores y conciencia.
Nos encontramos vulnerables ante nuestro propio poder, que sigue creciendo sin que tengamos forma de controlarlo adecuadamente. Nos falta una ética, una cultura y una espiritualidad fuertes que nos ayuden a manejar este poder con sabiduría. No es de extrañar que tal poder en manos equivocadas puede causar tanto daño, mientras el pensamiento del paradigma tecnocrático nos impide ver este grave problema.
Frente a este paradigma, debemos entender que el mundo a nuestro alrededor no es algo de lo que simplemente sacar provecho sin límites. La naturaleza no es solo un escenario para nuestra vida y proyectos; somos parte de ella, estamos conectados con ella. No vemos el mundo desde afuera, sino desde dentro.
Esto significa que el ser humano no es un intruso que solo daña el medio ambiente. Somos parte de la naturaleza. Nuestra vida, inteligencia y libertad son parte esencial de la riqueza de nuestro planeta y contribuyen a su equilibrio.
Un medio ambiente sano resulta de la interacción entre el ser humano y la naturaleza. Esto se ve en las culturas indígenas y ha sucedido durante siglos en diferentes regiones. Los grupos humanos han sabido modificar su entorno sin destruirlo. El problema actual es que el paradigma tecnocrático ha roto esta relación armónica. Superar este paradigma dañino no significa negar al ser humano, sino entender que formamos parte de un sistema que incluye tanto a la naturaleza como a la sociedad.
Tenemos que reflexionar juntos sobre el poder humano: su sentido y sus límites. Nuestro poder ha aumentado de manera increíble en las últimas décadas. Hemos logrado avances tecnológicos sorprendentes, pero al mismo tiempo nos hemos convertido en una amenaza para muchos seres vivos y para nuestra propia supervivencia. Necesitamos ser lúcidos y honestos para reconocer a tiempo que nuestro poder y el progreso que generamos pueden volverse contra nosotros mismos.
El inmenso crecimiento tecnológico no ha estado acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores y conciencia.