Don Bosco fue un verdadero "gigante" de la esperanza, enseñando que el salesiano debe estar dispuesto a afrontar las dificultades por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Su fortaleza se nutría de la esperanza en el cielo, confiando en que Dios recompensa incluso las pequeñas acciones hechas en su nombre. Esta convicción le permitió vivir con un profundo sentido de comunión fraterna y un entendimiento compartido del Paraíso.
Su espiritualidad se centraba en la conciencia del cielo, una base fundamental de su pedagogía. En un mundo cada vez más secularizado, Don Bosco invitaba a mantener la mirada en el Paraíso, resistiendo la tentación de centrarnos solo en lo material. La esperanza cristiana para él no era una ilusión, sino una fuerza que orienta la vida hacia el fin último de la salvación.
El lema "Salve, salvando sálvate" resume su comprensión de la santificación personal y la misión de salvar a los demás. Vivió la esperanza como un dinamismo constante, un trabajo y templaza que reflejaban su fe firme en el plan de Dios. En su vida, la esperanza se expresó como una proyección del "ya" y del "todavía no", donde lo presente se construye en espera de su plenitud futura, guiando su misión entre la juventud.
Características de la esperanza en Don Bosco
1. La certeza del "ya"
La esperanza, según la teología, se basa en la convicción interna de la presencia y ayuda de Dios, el poder del Espíritu Santo y la amistad con Cristo, lo que nos permite vivir con la certeza de que todo es posible con su fuerza. El primer componente de la esperanza es la certeza del “ya”, es decir, la confianza de que Dios está presente en nuestras vidas, actuando a través de su salvación, el Espíritu Santo y los sacramentos que nos ha dado vida nueva. La esperanza impulsa la fe a reconocer cómo Dios se manifiesta en la historia, en la Iglesia y en nosotros, a través del Bautismo y nuestra vocación. La fe y la esperanza se nutren mutuamente, creándonos un clima de confianza en el poder divino, transformándonos y llevándonos a vivir de manera trascendente en el Espíritu Santo.
2. La clara conciencia del "todavía no"
El segundo componente de la esperanza es la conciencia del “todavía no”, que nos hace ser conscientes de lo que aún falta para alcanzar la plenitud del Reino de Dios. Esta conciencia no solo reconoce lo que es malo o injusto, sino también lo que está incompleto o inmaduro en el camino hacia Cristo. Para ello, es necesario conocer claramente el plan divino de salvación, lo que nos permite hacer una crítica no solo humana, sino teológica, basada en nuestra vocación de ser “nuevas criaturas”. La esperanza nos permite identificar lo que aún está en proceso, lo que necesita crecer, y nos impulsa a contribuir al avance del bien mientras combatimos el mal. Esta capacidad de discernir el “todavía no” se nutre de la certeza del “ya”, lo que nos da la perspectiva histórica de Cristo y nos anima a ver y fomentar el bien, incluso en tiempos difíciles. La esperanza no solo nos permite ver lo negativo, sino también ser sensibles a los pequeños signos de bien que están creciendo, como semillas que aún no han alcanzado su plena madurez. Así, la esperanza nos ayuda a descubrir y fortalecer esas semillas de bien en un mundo que, aunque tiene dificultades, sigue teniendo muchos aspectos positivos en crecimiento.
3. La laboriosidad salvífica
Un tercer aspecto importante de la esperanza es que nos impulsa a actuar de manera concreta, comprometidos con nuestra santificación y el servicio a los demás. Es necesario colaborar con lo bueno que ya está presente y seguir luchando contra el mal en nosotros mismos y en quienes nos rodean, especialmente entre los jóvenes que más lo necesitan.
El discernimiento de lo que ya está bien y lo que aún debe reflejarse en nuestra vida diaria, a través de acciones, proyectos, paciencia y constancia. No todo sucederá como lo planeamos; habrá dificultades y momentos de desánimo. La esperanza cristiana también nos lleva a atravesar momentos de oscuridad, pero nos mantiene firmes en nuestro compromiso. La esperanza cristiana participa de forma natural también en las tinieblas de la fe.