Don Egidio Viganò, VII sucesor de Don Bosco, reflexiona sobre la esperanza tomando de refrencia el sueño de los diez diamantes de Don Bosco. La narración de este extraordinario sueño que Don Bosco tuvo en 1881, nos da una perspectiva de la esperanza.
El sueño se desarrolla en tres escenas. En la primera, el personaje representa la identidad del salesiano y viste un manto adornado con diez diamantes. En la parte frontal destacan cinco: tres en el pecho, con las inscripciones «Fe», «Esperanza» y «Caridad», y dos en los hombros, con «Trabajo» y «Templanza». En la parte posterior del manto resplandecen otros cinco, donde se leen: «Obediencia», «Voto de Pobreza», «Premio», «Voto de Castidad» y «Ayuno». Don Felipe Rinaldi, tercer sucesor de Don Bosco, describe a este personaje como «el modelo del verdadero salesiano».
En la segunda escena, el personaje refleja la deformación del modelo original. Su manto, antes resplandeciente, ha perdido color y está desgarrado por polillas e insectos. En lugar de los diamantes, quedan marcas de deterioro profundo. Esta imagen triste y desoladora representa «el reverso del verdadero salesiano»: el antisalesiano.
En la tercera escena, surge un joven encantador, vestido con una túnica blanca bordada en oro y plata, de apariencia majestuosa pero a la vez dulce y amable. Como mensajero, exhorta a los salesianos a «escuchar» y «comprender», a mantenerse «fuertes y animosos», a «dar testimonio con las palabras y con la vida», a ser «cautos en la aceptación» y en la formación de las nuevas generaciones, y a hacer crecer su Congregación de manera sana.
Las tres escenas del sueño son dinámicas y evocadoras, ofreciendo una representación ágil de la espiritualidad salesiana. A través de ellas, se sintetiza de forma clara y dramatizada la identidad vocacional salesiana, reflejando un marco de referencia clave en el pensamiento de Don Bosco.
En el sueño, el personaje lleva en su frente el diamante de la esperanza, símbolo de la certeza en la ayuda divina y de una vida creativa y comprometida con la salvación, especialmente de la juventud. Junto a los demás signos de las virtudes teologales, se perfila como una persona sabia y optimista por la fe que lo anima, dinámica y creativa por la esperanza que lo impulsa, y profundamente orante y bondadosa por la caridad que lo impregna.
El diamante del «premio» en el reverso de la figura está relacionado con la esperanza. Mientras que la esperanza refleja el dinamismo y la actividad del salesiano en la construcción del Reino de Dios, la constancia en sus esfuerzos y el entusiasmo por su vocación se fundamentan en la certeza de la ayuda divina, que llega a través de la mediación e intercesión de Cristo y María. Por otro lado, el diamante del «premio» subraya una actitud constante de conciencia que guía y fortalece todo el esfuerzo espiritual, siguiendo la conocida máxima de Don Bosco: «¡Un pedazo de paraíso lo arregla todo!».
Esperanza, el arte de esperar
La esperanza y la paciencia están estrechamente vinculadas, ya que la primera necesita tiempo para madurar. En una sociedad que exige inmediatez, es fundamental cultivar la paciencia como virtud. La esperanza se desarrolla en la espera, tal como un agricultor que siembra y confía en que la semilla crecerá con el tiempo y dará fruto. Nada ocurre de manera instantánea, pues todo está sometido a un proceso de crecimiento.
El ser humano vive en constante espera, y esta no debe verse solo como un lapso de tiempo medible, sino como una dimensión de la relación con la vida y con lo que se aguarda. Nos hemos acostumbrado a medir la espera en términos de minutos y segundos, olvidando que su verdadero valor radica en lo que representa para nuestra existencia. La espera nos pone en relación con el futuro y nos invita a confiar en lo que vendrá.
Solo quien tiene esperanza puede soportar las dificultades, pues entiende que su esfuerzo tiene sentido en la espera. Sin embargo, la paciencia y la espera también conllevan desafíos como la fatiga, el dolor y la muerte. Estas experiencias, aunque negativas, pueden ayudar a descubrir el verdadero sentido del tiempo y de la vida, revelando nuestra incapacidad para poseerlo todo.
En última instancia, la esperanza nos lleva a dar testimonio del Evangelio, convirtiéndose en un anuncio de la buena nueva de Jesús. Así, la paciencia y la espera se transforman en caminos de fe, donde cada dificultad superada fortalece nuestra confianza en Dios y en su plan para nuestra vida. La verdadera esperanza nos permite sostenernos y sostener a los demás en los momentos más difíciles, convirtiéndose en luz en medio de la incertidumbre.