Cada gesto, cada palabra y cada rutina en el hogar deja una huella profunda en la formación de los hijos. Desde la pedagogía salesiana, la familia es mucho más que un espacio de convivencia: es el primer lugar donde los niños aprenden a relacionarse, a descubrir la fe y a cultivar virtudes que guiarán su vida. Don Bosco comprendió que la educación no se limita a la escuela o a la iglesia, sino que también se transmite en los pequeños actos cotidianos dentro del hogar.
El Catecismo de la Iglesia Católica señala que “la casa familiar es llamada con razón ‘escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana’” (CIC 1657). De este modo, el hogar se convierte en un espacio donde se siembran valores que acompañarán a los hijos a lo largo de toda su vida.
Entre estos valores destacan:
Fe y confianza en Dios: momentos sencillos, como rezar juntos o dar gracias antes de las comidas, fortalecen la fe y enseñan a confiar en Dios desde la infancia.
Alegría y amor fraterno: compartir juegos, dar abrazos, celebrar pequeños logros o simplemente convivir con alegría transmite un espíritu de amor y fraternidad.
Trabajo y responsabilidad: colaborar en las tareas del hogar o cumplir con obligaciones escolares enseña esfuerzo, disciplina y compromiso.
Respeto y solidaridad: aprender a escuchar, ceder un juguete o acompañar a un hermano en un momento difícil fortalece la convivencia y la empatía.
Esperanza: superar juntos desafíos familiares, como cambios o dificultades, y apoyarse en la oración enseña a no rendirse y a confiar en Dios.
Estos valores no se aprenden por separado; juntos conforman una educación que abarca la fe, el corazón y la acción.
Según el cardenal Ángel Fernández Artime, Rector Mayor emérito, la familia puede ser un “primer oratorio”, un espacio donde los niños aprenden a confiar en Dios, a cultivar virtudes y a relacionarse con los demás; en un hogar organizado en torno a la fe, el respeto mutuo y la cercanía, se forjan el carácter, se fortalecen las convicciones y se enciende la fe que ilumina la vida de cada miembro, transformando no solo a los hijos sino también a las relaciones de pareja y convirtiendo el hogar en un verdadero lugar de crecimiento humano y espiritual.
“El hogar se convierte en un espacio donde se siembran valores que acompañarán a los hijos a lo largo de toda su vida”.
Abuelos que marcan la fe: los guardianes de la esperanza familiar
Cada tarde, al terminar el día, Camila recuerda cómo su abuela la tomaba de la mano y juntas rezaban el Ángelus. No eran palabras complicadas ni largas oraciones; era un momento de cercanía y confianza, un gesto que hoy sigue guiando su vida. Historias como esta muestran cómo los abuelos son verdaderos custodios de la memoria y la fe familiar.
El papa Francisco enfatizó que “los abuelos son la memoria viva del pueblo, son los que transmiten la fe a sus nietos” (Homilía, 26 de julio de 2013). Su enseñanza no siempre se da con discursos, sino con gestos sencillos: una bendición, un consejo, un relato sobre cómo Dios los acompañó en su juventud. Cada acto cotidiano siembra semillas de esperanza y de fe.
El psicólogo católico Enrique Rojas destaca que “los abuelos son figuras de apego seguro, referentes de estabilidad y de identidad; en ellos los niños encuentran serenidad y continuidad” (E. Rojas, La conquista de la voluntad, 2016). Esa estabilidad no solo da confianza, sino que transmite valores como la paciencia, la solidaridad y la alegría de vivir desde Dios.
Cada historia contada, cada oración compartida y cada abrazo lleno de amor deja una huella profunda en los nietos. Y es que en la familia, los abuelos son luz que guía, ejemplo que inspira y testimonio que permanece. Su presencia recuerda que la fe se aprende en los pequeños gestos cotidianos y que el amor de Dios se transmite de generación en generación. ¡¡¡Gracias abuelitos!!!