Foto por: Cathopic La libertad es una condición esencial para toda elección auténtica de la vida. Sin embargo, se corre el riesgo de ser mal interpretado porque no siempre se presenta adecuadamente.


La propia Iglesia termina apareciendo a muchos jóvenes como una institución que impone reglas, prohibiciones y obligaciones.

Cristo, por otro lado, nos liberó para la libertad, haciéndonos pasar del régimen de la Ley al del Espíritu. A la luz del Evangelio, hoy es apropiado reconocer con mayor claridad que la libertad es constitutivamente relacional y mostrar que las pasiones y las emociones son relevantes en la medida en que se orientan hacia el encuentro auténtico con los demás.

Dicha perspectiva atestigua claramente que la verdadera libertad es comprensible y posible solo en relación con la verdad y, sobre todo, a la caridad: la libertad es ser uno mismo en el corazón de otro.

A través de la fraternidad y la solidaridad vividas, especialmente con los últimos, los jóvenes descubren que la auténtica libertad surge de sentirse bienvenido, y crece al hacer espacio para los demás. La experiencia de reconocimiento mutuo y compromiso compartido los lleva a descubrir que sus corazones están habitados por un llamado silencioso al amor que proviene de Dios.

La libertad humana está marcada por las heridas del pecado personal. Pero cuando, gracias al perdón y la misericordia, la persona se da cuenta de los obstáculos que lo aprisionan, crece hasta la madurez y puede participar más claramente en las elecciones finales de la vida.

Desde una perspectiva educativa, es importante ayudar a los jóvenes a no desanimarse por los errores y los fracasos, aunque sean humillantes, porque son una parte integral del camino hacia una libertad más madura, conscientes de su propia grandeza y debilidad.

 

 

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