La compasión es un sentimiento profundo que mueve a toda la persona a responder adecuadamente a la situación percibida. Jesús se mueve a compasión porque percibe que la multitud está oprimida e indefensa, como ovejas sin pastor.
Sabemos que Jesús lloró por la muerte de Lázaro y por el dolor de la familia. Lloró sobre la ciudad de Jerusalén, que se negaba a reconocer al Salvador. Escribe el papa Francisco en su exhortación apostólica postsinodal, Cristo Vive:
“Ciertas realidades de la vida solamente se ven con los ojos limpios por las lágrimas. Los invito a que cada uno se pregunte: ¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo a un niño con hambre, a un niño drogado en la calle, a un niño que no tiene casa, a un niño abandonado, a un niño abusado, a un niño usado por una sociedad como esclavo?... La misericordia y la compasión también se expresan llorando”.
Como salesianos, solo si nos conmueve la compasión podemos con Don Bosco reafirmar nuestra preferencia por la juventud “pobre, abandonada y en peligro”, la que tiene mayor necesidad de ser querida y evangelizada, y trabajar, sobre todo, en los lugares de mayor pobreza.
Es significativo que, al sentirse movido a compasión, Jesús toma la iniciativa de salir al encuentro de las personas que lo necesitan. El no monta una oficina y permanece allí esperando a que la gente llegue a él. Muy al contrario, recorre todas las ciudades y aldeas, donde puede escuchar los problemas reales y satisfacer las necesidades concretas de las personas.
Este también es un aspecto típico del perfil salesiano: “Enviado a los jóvenes por Dios es todo caridad, el salesiano es abierto, cordial y está dispuesto a dar el primer paso y a acoger siempre con bondad, respeto y paciencia. Las Constituciones salesianas expresan este compromiso con más claridad: “La educación y la evangelización de muchos jóvenes, sobre todo entre los más pobres, nos mueven a llegarnos a ellos en su ambiente y a acompañarlos en su estilo de vida con adecuadas formas de servicio”.
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