Lo que fundamenta la urgencia de evangelizar es que todos lleven una vida feliz ya en la tierra, conscientes de su altísima dignidad como imágenes de Dios. / Fotografía: Carlos Daniel-Cathopic La Iglesia es misionera “porque Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,4).

S. Pablo en Rm 3,23 dice que “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios”. Y en el capítulo 6,12 explica que: “por la desobediencia de un solo hombre (Adán), entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así a todos los hombres pasó, por cuanto en aquel todos pecaron”.

Al respecto los judíos preguntaron el día de Pentecostés: “¿Qué tenemos que hacer hermanos?” A lo que Pedro contestó: “Conviértanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesús, para perdón de los pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2,37-38). En efecto Jesús había instituido el bautismo diciendo: “Vayan y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,18).

Observamos que en el día de hoy los católicos somos en torno al 17% de habitantes en el mundo. Si sumamos todas las iglesias cristianas alcanzamos un tercio de la humanidad. Quiere decir que de cada tres habitantes de la tierra dos no son bautizados.

En una ocasión Jesús dijo: “El que crea y se bautice se salvará, quien no crea se condenará” (Mc 16,16). Es una frase para asustarse.

Pero, basada en la Sagrada Escritura, el Catecismo enseña que junto al bautismo de agua existe también un bautismo de deseo el cual se aplica a las personas que,
a) sin culpa, no conocen a Jesucristo pero que,
b) siguiendo la voz de su conciencia, y
c) persiguen con todas sus fuerzas los valores de la verdad, el amor, la justicia, etc., que son valores evangélicos, aunque ellos no lo sepan.
Así pues, Jesús lo toma en cuenta todo esto para la salvación.

Dios da oportunidad de salvación a todos los hombres, porque, si no conocen la Biblia, su Palabra les puede llegar, en forma natural, de dos formas:
a) por la voz de su conciencia que les dice: ‘Haz el bien y evita el mal’;
b) Por la voz de la creación ya que ‘Los cielos cantan la gloria de Dios’.

Pero no tenemos que bajar nuestro fervor misionero. Porque, si a nosotros, con la ayuda de la Revelación sobrenatural y de los sacramentos, nos cuesta ser fieles a Dios, ¿cuántos de los que no tienen esa ayuda permanecerán fieles a sus propias conciencias, para que efectivamente puedan salvarse? Además, ¿qué clase de vida llevan en la tierra, si caminan a tientas en la oscuridad, sin conocer a Jesucristo ni experimentar el amor de Dios, y sin saber lo que nos espera después de la muerte?

Lo que fundamenta la urgencia de evangelizar es que todos lleven una vida feliz ya en la tierra, conscientes de su altísima dignidad como imágenes de Dios, redimidos por Jesucristo, hechos hijos de Dios por el Bautismo, y llamados a la bienaventuranza eterna.

La vida de quienes no conocen a Jesucristo es una vida humanamente precaria humana y espiritualmente. ¿Dejaremos a tantas personas privadas de los dones del Espíritu Santo y del alimento de la Eucaristía? ¿Los dejaremos en la ignorancia, que sigan buscando a tientas el sentido de la vida, tropezando con demasiada frecuencia, cuando podemos mostrarles la luz de Cristo que ha brillado ya en el mundo? De ninguna manera.

 

Artículos relacionados:

Compartir