puerta-feLa puerta de la fe introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia. Esa puerta está siempre abierta para nosotros.

Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma.

Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Este empieza con el bautismo, con el que podemos llegar a Dios con el nombre de Padre. Se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús. Con el don del Espíritu Santo, Jesús ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él.

Profesar la fe en la Trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo – equivale a creer en un solo Dios que es Amor: el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

baby-r seegerCuando era adolescente padecí de una rara enfermedad que, según diagnóstico médico, me impediría tener hijos. Al casarme a los 27 años, no me atreví a manifestarle a mi esposo mi caso. Con el tiempo me detectaron una displasia en mi cuello uterino, de la cual sané, gracias al tratamiento médico adecuado.

Mi familia soñaba con tener nietos y sobrinos, pero un médico infertólogo me confirmó que sería difícil que yo llegara a ser madre y que los síntomas de embarazo a veces son de origen psicológico.

Salí de la consulta médica más triste que nunca. Sola en mi habitación, me arrodillé junto a la ventana y recordé el relato bíblico de Ana que llora pidiéndole a Dios un hijo. Esa noche lloré interminablemente, pero no cesé en mi oración.

Mi esposo sufría en silencio. Me di cuenta de que él también oraba.

tm11maluUna muy querida amiga, que es cristiana evangélica, pero con quien compartimos el gusto por la lectura orante de la Palabra de Dios y las alegrías del servicio, me hizo esta pregunta: “Malú, ¿por qué seguís siendo católica?”.

Lejos de sentirme molesta, la pregunta me hizo sonreír y recordar. Regresé a un lejano domingo por la mañana cuando la visita de unas personas evangélicas dejaron a la niña que era yo (apenas 13 años) sin respuestas ante sus ataques a mi religión católica. A pesar de estudiar en un colegio católico, donde tenía clase de religión dos o tres veces a la semana, no pude defender mi fe. Busqué mi biblia del colegio (“Dios habla hoy”. Aun la tengo). Al leerla, me di cuenta de que no sabía bien dónde buscar ni qué buscar. Me sentía frustrada.

Esa noche, al decir mis oraciones, prometí firmemente a Dios que nunca más me quedaría sin argumentos para defender mi fe. Así comenzó un camino que me ha conducido a lo que soy ahora. Pedí a mis papás que me regalaran libros para estudiar la Biblia, cosa que hicieron con mucho agrado, y los cuales yo devoraba. Recuerdo con especial cariño el “Defiende tu fe”, que me dio bases y abrió mi mente a un mundo donde todo lo que se hace en él tiene una razón de ser.

tm10melaraNací en la Iglesia Católica, fui bautizado, hice mi primera comunión, desde que tengo memoria siempre me gustó la vida religiosa a tal punto que en algunos juegos de mi niñez jugaba que era sacerdote. Cuando llegué a la adolescencia, tuve el deseo de ser sacerdote, se lo comuniqué a mi mamá, pero, lejos de apoyarme, me dijo que estaba loco, que pronto iba a conocer a alguna muchacha bonita y me iba a enamorar”.

En 1983, un compañero de escuela comenzó a “evangelizarme”. Él era de las Asambleas de Dios. Después de tanto insistirme en acompañarlo al culto, al fin me decidí a ir y... me gustó! Me gustaron las alabanzas, la predicación (ya no había aquel “ritual aburrido, monótono y rutinario” de las misas), y un día, antes de cumplir 16 años “acepté a Cristo como mi Salvador”. A partir de ahí me fui involucrando en la congregación. Cuando terminé mi bachillerato (high school), comencé a estudiar medicina, pero al final del primer año, después de una convención misionera, decidí dedicar mi vida a la vida religiosa (pero esta vez como evangélico) y comencé a estudiar una licenciatura en Teología en la Universidad de mi denominación.

caminoEstamos invitados a redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez mas clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.

La Iglesia en su conjunto y en ella sus pastores, como Cristo, han de ponerse en camino par rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud.

Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús.

Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitido fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos.

presentacionEs lugar común oír hablar ahora del fenómeno del oscurecimiento de la fe, sobre todo en el mundo occidental. Esa voz de alarma que corre deja suponer que la iglesia (o las iglesias) está en su ocaso.

Talvez se trate de anuncios precipitados. Sin duda que el mundo está cambiando a una velocidad creciente. Esa profunda revolución cultural está barriendo con formas de vida a las que nos habíamos acostumbrado, incluidas las formas en que expresábamos nuestra fe.

Otras formas culturales de vivir florecen incontenibles. Algunos se escandalizan, otros se desconciertan, los más jóvenes las abrazan alegremente, a veces con poco sentido crítico.

La iglesia tiende a ser más conservadora que impetuosa. Es el peso de los siglos. Quienes se han instalado en la revolución cultural moderna miran a la iglesia como un museo de curiosas formas arcaicas, desconectadas de la vida.

Es la gigantesca tarea que debe afrontar la iglesia. Separar el oro del oropel. Redescubrir la belleza simple del Evangelio. Acompañar hacia Cristo a quien lo busca a tientas. Cultivar la fe de la comunidad con los alimentos básicos: sacramentos, liturgia y caridad.

tmdonboscoptoDon Bosco hizo una clara y decidida opción por los jóvenes, los adolescentes, los muchachos (no precisamente los niños ni los adultos). Sintió que ese era el campo que el Señor le había asignado: la juventud, “la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana”; edad frágil, expuesta…, decisiva para el resto de la vida; decisiva para el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Desde pequeño Juan Bosco entendió que esa era su vocación: los muchachos.

En Chieri, mientras estudiaba la secundaria, formó con sus compañeros la “Sociedad de la alegría”. Joven sacerdote en su pueblo, gozaba de la compañía de los chicos. A su director espiritual, Don José Cafasso, le manifestó que “se veía rodeado de muchachos”. A su bienhechora, la marquesa de Barolo, le declaró su decisión: “Mi vida la tengo consagrada al bien de la juventud”. Años más tarde, en unas “buenas noches”, les dijo a sus muchachos: “Yo por ustedes estudio, por ustedes trabajo, por ustedes vivo, por ustedes estoy dispuesto incluso a dar mi vida. Ustedes son la razón de mi vida”.