No se trata solo de creer, sino de confiar en Quien nos ha amado hasta el extremo. / Fotografía: Comunicaciones Don Rúa. Cuando el ángel le anuncia a María que va a ser madre, ella pregunta: «¿cómo puede ser eso ya que yo permanezco virgen?». Entonces él ángel tuvo que explicarle: «El Espíritu Santo te cubrirá con su manto y lo que va a nacer de ti es el Hijo de Dios. Mira, tu prima Isabel, anciana y estéril, ya tiene seis meses de embarazo porque para Dios no hay nada imposible».

Bueno ¿por qué les recuerdo esto? Porque realmente estamos ante un misterio que no tiene explicación natural. Ni tiene la razón humana capacidad para comprenderlo. Es una intervención extraordinaria de Dios, para que sea posible la Encarnación. La Encarnación significa que Dios se hace hombre. Esto se dice rápido, pero ¿cómo lo explicas? Porque es el centro de nuestra fe y la mayoría de la humanidad simplemente no lo cree. Es más, los enemigos del cristianismo se burlan. Nosotros quedamos como tontos. Pero, no somos tontos, entonces tenemos derecho a pedir una explicación.

Resulta que los cristianos admitimos varios grandes misterios. Admitimos también el misterio de la Santísima Trinidad; creemos que Jesucristo es Dios y hombre verdadero; admitimos que, durante la Misa el pan se convierte en el cuerpo de Cristo. Conscientes de que estamos rodeados de misterios, tenemos necesidad de sosegar nuestra razón y nuestra mente sabiendo que, en realidad, hay motivos para creer.

San Pedro, en una de sus cartas, dice claramente: «Tienen que ser capaces de dar razones de su esperanza a todo el que se la pida». Tenemos que estar preparados para dar motivos de nuestra fe. Y el motivo de nuestra fe, hermanos, está en Jesucristo.

¿A qué me refiero? Cuando uno tiene conocimiento de Jesucristo, me estoy refiriendo al hombre Jesús. Cuando uno conoce su trayectoria, descubre a alguien que no miente, que es bueno y santo, que pasa por el mundo haciendo el bien, que lleva una vida pobre desde su nacimiento, que es incomprendido, que da muestras de un poder sobrehumano con sus milagros, que da muestras también de una sensibilidad sobrehumana cuando perdona pecados. Él sabe que lo van a crucificar y, sin embargo, va libremente a la muerte. Dice que tiene una misión de Dios Padre (al que llama a “abbá”, papá), para, así, rescatar con su sangre a la humanidad esclavizada por satanás. ¿Cabe mayor locura?

Cuando estaba enfrentándose a la Cruz, el Jueves Santo, siente pánico. Se dice que sudaba gotas como de sangre, y ora así: «Padre, si es posible aparta de mi este cáliz amargo, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». De todas formas, cuando está en la cruz, Jesús parece razonar así: «Padre, si de todas formas no impides que yo pase por esta cruz, tus motivos válidos tendrás, y yo no dudo ni de tu poder divino, ni de tu amor hacia mí y sé que me deseas lo mejor. Por eso, de una cosa estoy seguro: esto va a terminar bien”. Y por eso sus últimas palabras fueron: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’».

El Padre respondió al tercer día con la Resurrección. Demostró, entonces, que la misión de Jesús no era la de un charlatán, mentiroso; sino que era algo demasiado serio. Era lo que dijo ser: el hombre Jesús unido personalmente al Unigénito del Padre.

A los Apóstoles les resultó difícil creerlo. Y les costó convencer a otros. No lo hubieran logrado sin la ayuda del Espíritu Santo. Cuando se tiene conocimiento de Jesucristo uno piensa: ‘Todo esto no puede ser obra humana. El amor demostrado por Jesús hace de él una persona digna de fe. Y, si Jesús me habla de la Trinidad, o de la Encarnación; si dice, ‘Tomad y comed esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes’, yo lo creo. Porque es el colmo de un amor incomprensible.

Jesús me ha demostrado con sus palabras, con sus milagros, con su vida y muerte, y con su Resurrección, que es Dios y que me ama. Y su amor provoca mi confianza, mi agradecimiento y mi adoración. ‘Sé de quien me he fiado’. Y ese es el motivo por el que creo en la Iglesia que fundó sobre los Apóstoles. Y ese es la razón por la que los cristianos creemos. Nosotros somos los que hemos conoció el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en Él. Solo el Amor convence; solo el amor es digno de fe.

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