El joven, cada persona, todos nosotros llevamos inscrito en nuestro ser la necesidad de Dios, el deseo de Dios.
Como salesianos somos colaboradores con la acción de Dios: servir en espíritu de libertad al hombre que, ya en san Francisco de Sales, toma forma en el optimismo, la positividad, la confianza en la naturaleza humana y, como consecuencia, el valor de la amistad y la posible búsqueda de la felicidad.
Son conocidos los dichos de Don Bosco: «Procura hacerte amar más que hacerte temer»; “No con golpes”.
Lejos de sembrar pesimismo, negatividad o temor, la presencia de Dios, el anhelo del encuentro con Dios, el deseo de su amistad y de verla correspondida son la base de la espiritualidad salesiana. Frente a los que consideraban a Dios como un guardián que reprime las infracciones a la ley, o un Dios lejano e indiferente, Francisco de Sales lo experimenta como un Dios preocupado por la felicidad de sus criaturas, respetuoso de su libertad y empeñado en guiarlos con firmeza y dulzura.
En toda persona existe una aspiración a la felicidad, un deseo natural que es común a la humanidad. Pero, a su vez, desde su propia experiencia personal se da cuenta de que un primer acercamiento a la felicidad se produce en la aceptación de sí mismo, de lo que uno es. El riesgo es confundir la felicidad con los medios para alcanzarla. Algunos la buscan en las riquezas, otros en el placer, otros en la gloria humana.
Francisco de Sales estaba convencido de que solo el bien supremo puede colmar plenamente el corazón humano. Y este sumo bien es Dios, al cual el corazón humano tiende por su naturaleza.
Don Bosco alimentaba la convicción de que el bien siempre anida en el corazón de cada persona, de cada joven, por escondido que esté. Estaba convencido de que cada corazón humano está capacitado para el encuentro con Dios.
Boletín Salesiano Don Bosco en Centroamérica
Edición 256 Marzo Abril 2022
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