María Auxiliadora, ruega por nosotros. Y como decía Don Bosco: “Confía en María Auxiliadora y verás lo que son los milagros”. A principios del año 1982, comencé a notar una mancha verde en mi ojo derecho cuando leía el periódico. El viernes 29 de enero pasé por una óptica, entré y me atendió un optometrista. Al examinarme, me dijo que era necesario que me viera un oftalmólogo.

El lunes 31 de enero de 1982 asistí a consulta con el oftalmólogo. Durante varios días me realizó una serie de exámenes y finalmente me dio el diagnóstico: había sufrido un derrame de uno de los líquidos del ojo, y la visión en la mitad del ojo estaba perdida. Me indicó que esa parte de la visión era irrecuperable y que su objetivo era evitar que se perdiera completamente el ojo. Me recomendó evitar todo tipo de estrés. Las citas serían semanales, y así fue hasta unos días antes del 24 de mayo de 1982.

En una de esas consultas, después de examinarme, me dijo que parecía como si el tratamiento se hubiese estancado. Me preguntó si estaba siguiendo al pie de la letra todas sus indicaciones y utilizando los medicamentos correctamente. Le respondí que sí. Entonces, me dijo que quería verme el lunes siguiente.

El domingo, en nuestra parroquia San Juan Bosco, se celebraba la Solemnidad de María Auxiliadora. Al iniciar la santa misa, el celebrante anunció que al final impartiría la bendición de María Auxiliadora, la misma que daba en vida San Juan Bosco, y pidió que cada quien pensara en aquello que deseaba pedirle a la Virgen. Pensé en varias personas necesitadas, pero de inmediato percibí interiormente una indicación clara: “Ahora no, hoy pide por ti”. En ese momento, salté levemente del lugar donde estaba sentado.

Comenzó la celebración eucarística. Al momento de la sagrada comunión, me acerqué a recibir a Jesús Sacramentado y regresé a mi banca. Me senté y comencé a llorar. Me toqué los ojos, pero no sentía lágrimas; era como si unos dedos pasaran algodón por ellos.

Al final de la misa, el sacerdote impartió la bendición de María Auxiliadora. Al salir al atrio del templo, quise contarle a mi esposa e hijas lo que había vivido, pero ¡no podía hablar! Llegamos a casa y seguía sin poder pronunciar palabra. Entonces me fui a nuestra habitación, me arrodillé para darle gracias a Nuestro Señor… pero seguía sin poder hablar. Me acosté en el suelo, y allí Dios me regaló sentir en mi interior su grandeza y mi pequeñez. Seguía llorando. Acostado en el suelo, comencé a percibir el olor del polvo, y pensé: “Señor, esto soy yo: polvo, y tú eres inmenso”. En ese momento, el Señor me permitió hablar y darle gracias. Yo estaba seguro de que algo divino había ocurrido en mi ser.

Salí de la habitación, llegué al comedor, y ahora sí pude compartir con mi familia todo lo sucedido.

El lunes fui al médico. Me pidió que me quedara de último, pues necesitaba examinarme con más detenimiento. Al terminar la revisión, me dijo:
—"¿Qué pasó? Tu vista está totalmente recuperada".
Le conté lo que había vivido el día de María Auxiliadora y me respondió:
—“Lo creo, Carlos. Yo nunca habría podido devolverte la vista. Es una obra de Jesús y María”.

Con el tiempo, asistí a un desayuno mariano en un hotel de la capital. Allí, el padre Gervasio Acomaqui, SDB, dio una charla. En cierto momento, preguntó:
—“¿Será que actualmente aún existen los milagros?”
Sentí unos latidos muy fuertes en mi corazón. Pensé que debía contar lo que había vivido, pero luego pensé: "Mejor lo escribo y lo publico en un periódico."
Entonces escuché claramente a Jesús decirme: “Yo no quiero eso. Yo quiero que hoy lo cuentes”. Me llené de temor. El salón estaba lleno y no quería pedir la palabra… pero de repente ya estaba de pie, y le pedí al padre que me permitiera decir unas palabras. Me dijo que sí y me entregó el micrófono.

Empecé diciendo que el padre había preguntado si aún existían los milagros, y que yo quería contar algo. Aclaré que no pretendía afirmar que había sido un milagro —eso le corresponde solo a la Iglesia—, pero que lo llamaría una gracia recibida. Relaté lo que ahora comparto en esta nota.

Al final, pidió la palabra el oftalmólogo que me había tratado, y dijo:
—“Lo dicho por Carlos es totalmente verídico. Yo soy su médico y testigo de todo lo que ha relatado.”

Yo, pobre pecador, soy testigo del inmenso amor que Jesús Sacramentado nos tiene, y del amor maternal de la Santísima Virgen María, Auxiliadora de los Cristianos. Escribo este relato a cuarenta y tres años de haber recibido este inmerecido regalo de Jesús Eucaristía y de su Santísima Madre, en el Santuario María Auxiliadora de la Ciudad de Guatemala.

Carlos Calderón V.

Guatemala, mayo 2025.

 

Compartir