(ANS – Roma) – El Pontífice celebra en Tor Vergata, en la periferia de Roma, la misa del Jubileo de los Jóvenes y anima a no conformarse. La plenitud de la existencia no depende de lo que se acumula, dice en la homilía, sino que reside en aquello que “con alegría sabemos acoger y compartir”. Y anima a buscar a Jesús: es Él quien sacia la sed del corazón y la respuesta a las inquietudes.
Llega temprano el Papa León a Tor Vergata, como queriendo estar lo más cerca posible de los jóvenes. Ni siquiera son las 8:00 cuando con su jeep blanca atraviesa la explanada, pero los miles de chicos y chicas que han pasado la noche en sacos de dormir y lechos improvisados no están dormitando, lo reciben con una alegría incontenible. Más de un millón, según las autoridades, las personas reunidas en la periferia de Roma –entre ellas 20 cardenales, unos 450 prelados, entre obispos y arzobispos, y casi siete mil sacerdotes– para la misa conclusiva del Jubileo de los Jóvenes, para la cual se han acreditado 850 operadores de prensa, entre periodistas, fotógrafos, camarógrafos y videomakers.
El saludo matutino a los jóvenes
Llegado al palco, antes de prepararse para la liturgia, el Pontífice saluda en varios idiomas y expresa el deseo de que “la gran celebración en la que Cristo nos ha dejado su presencia en la eucaristía” sea “una ocasión verdaderamente memorable para cada uno de nosotros”. Concluye diciendo: “Cuando estamos juntos como Iglesia de Cristo, seguimos, caminamos juntos, vivimos a Jesucristo”.
Mirar hacia lo alto
Después de haber respondido la noche anterior a las preguntas de tres jóvenes, en su homilía, pronunciada en italiano y en parte en español e inglés, el papa invierte por un momento los roles y plantea él tres preguntas: “¿Qué es verdaderamente la felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué nos libera de los estancamientos del sinsentido, del aburrimiento, de la mediocridad?”, pregunta. Y responde resumiendo las “muchas bellas experiencias” vividas por todos en estos días jubilares: “Se han encontrado entre coetáneos provenientes de diversas partes del mundo, pertenecientes a diferentes culturas. Han compartido conocimientos, expectativas, han dialogado con la ciudad a través del arte, la música, la informática, el deporte. En el Circo Máximo, además, acercándose al sacramento de la penitencia, han recibido el perdón de Dios y han pedido su ayuda para una vida plena”.
La respuesta hay que encontrarla en todas estas cosas: “la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos”, dice León XIV, ni tampoco “de lo que poseemos”, sino que está en “aquello que con alegría sabemos acoger y compartir”, está en el amor de Cristo.
“Comprar, acumular, consumir, no basta. Necesitamos alzar la mirada, mirar hacia lo alto, a ‘las cosas de arriba’, para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, solo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros ‘sentimientos de ternura, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de magnanimidad’, de perdón, de paz, como los de Cristo. Y en este horizonte comprenderemos cada vez mejor qué significa que ‘la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado’. Queridísimos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús”.
Jesús cambia nuestras vidas
Es “el encuentro” con Cristo resucitado lo que cambia “nuestra existencia, lo que ilumina nuestros afectos, deseos, pensamientos”, explica el Pontífice, quien toma como punto de partida la primera lectura, tomada del libro del Qohélet, que advierte que “todo es vanidad” y que todo hombre deberá dejar lo que ha acumulado, para recordar la “finitud de las cosas que pasan”. Como lo hace también el salmo 90, que “nos propone la imagen de la hierba que germina; por la mañana florece” y luego “por la tarde es cortada y se seca”. “Dos llamadas fuertes, quizá un poco impactantes, que sin embargo no deben asustarnos”, alienta León, porque “la fragilidad de la que nos hablan” es “parte del milagro que somos”.
La existencia del ser humano se regenera constantemente en el amor
Y recurre nuevamente a la naturaleza el papa para explicar que nuestra vida es una regeneración de amor. Como un prado que, “hecho de tallos frágiles, vulnerables, sujetos a secarse, doblarse, romperse”, se regenera con nuevos tallos para los cuales “generosamente los primeros se hacen alimento y abono, al consumirse sobre la tierra”, y se renueva “incluso durante los meses fríos del invierno, cuando todo parece callar”, porque “se prepara para explotar, en primavera, en mil colores”.
“Estamos hechos para esto. No para una vida donde todo es previsible y estático, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor. Y así aspiramos continuamente a un ‘más allá’ que ninguna realidad creada puede darnos; sentimos una sed grande y ardiente hasta tal punto, que ninguna bebida de este mundo puede apagarla. Frente a ella, ¡no engañemos a nuestro corazón, tratando de apagarla con sucedáneos ineficaces! ¡Escuchémosla, más bien!”
Es Dios quien sacia la sed del corazón
La sed del corazón es saciada por Dios, es la síntesis del Pontífice, y san Agustín lo hace entender al aclarar que “el objeto de nuestra esperanza” no es la “tierra”, ni “algo que provenga de la tierra”, cosas que “gustan, son bellas”, “buenas”, pero no son la esperanza. “Busca a quien las ha hecho, Él es tu esperanza”, decía el obispo de Hipona y lo reafirma hoy el papa.
Cultivar la amistad con Cristo
De allí la invitación de León a mantenerse “unidos” a Cristo, a permanecer “en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la comunión eucarística, la confesión frecuente, la caridad generosa, como enseñaron los beatos y pronto santos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis.
Siguiendo su ejemplo, a los chicos y chicas que ahora se preparan para regresar a sus países, el aliento es, entonces, a continuar “caminando con alegría tras las huellas del Salvador” y a contagiar a otros con su fuego: “¡Contagien a todos los que encuentren con su entusiasmo y con el testimonio de su fe! ¡Buen camino!”