ANS image Luanda, junio 2012.-  Como conclusión del mes de junio, dedicado a la infancia africana, reportamos el testimonio directo de un muchacho angolano, Dinho. Venido de un pasado difícil, dio un cambio total a su vida cuando llegó al “Centro Infantil Comunitario” (CIC) de la parroquia “San José de Nazareth”, en la periferia de Luanda.

 Mi llaman Dinho, pero mi verdadero nombre es Adam. Tengo 14 años. Nací en el barrio “Buena Fe” en la periferia de Luanda. No conocía a mi padre, él tenía otra mujer. Mi madre, Eva, se unió a otro hombre, que era mi padrastro. Sufrí mucho en esa época, porque los dos peleaban continuamente y me castigaban a mí. para mí un martirio. Cuando la guerra se terminó, hace diez años, encontré a mi verdadero padre, Noè. Yo tenía 4 años y huía a escondidas de la casa para ir a visitarlo, pero cada vez que mi mamá se daba cuenta me pegaba nuevamente.

Fui a la escuela durante cierto tiempo, pero después, cansado de los castigos y las peleas en casa, un día me fui de la casa, y cuando caminaba por la calle “Primero de Mayo”, en el centro de Luanda, hice amistas con otros muchachos y me quedé viviendo en la calle. Dormía al abierto cubierto con cualquier cartón, sufriendo el frío y la lluvia; me vestía con ropa sucia  e inicie el consumo de marihuana; para poder comer y vestirme me uní a un grupo de muchachos más  grandes, que me obligan y a todos los menores a pedir limosna para ellos y, si no lograba ganar nada me pegaban. Frecuentemente, durante la noche, la policía nos despertaba y nos obligaba a limpiar los lugares de la estación o a lavar los carros; sino también nos castigaban.

Al final me cansé de vivir en la calle y encontré a don Bosco a través de sus Hijos: Un sacerdote salesiano y algunos voluntarios venían cada fin de semana, jugaban con nosotros y nos pasaban un filme sobre Jesús y sobre la vida de Don Bosco. Nos aconsejaban y nos invitaban a dejar la calle e ir a un centro diurno y nocturno del barrio de Lixeira. Cansado de sufrir, yo y Paiziño, un amigo mío y compañero de la calle, nos fuimos para el centro Don Bosco. Fuimos acogidos con afecto, seguí el curso de alfabetización y comencé a hacer deporte, apreciar el capodeira y los paseos a la playa. Hoy, Lucrecia, nuestra cocinera, hace también el papel de madre; y nuestros educadores son nuestros hermanos, nos corrigen pero no nos pegan. 

Me reconcilié con mi madre, he aprendido a orar y me gustan las canciones que  el padre Roberto nos enseña; somos 20 muchachos en total. Pasando un poco de tiempo aquí y comportándome bien pasaré a una casa familia, donde nos exigen un poco más. De allí, nuestro sueño es llegar a Kalakala, una escuela donde puedes aprender un oficio para poder trabajar y asegurar un futuro. En varias ocasiones he vuelto a la calle para drogarme; después, arrepentido, he vuelto y me han recibido con ciertas condiciones. Ahora, no quiero volver atrás. 

Mi mejor amigo se llama Eliseo, me siento muy bien con él. Me gusta orar y cada día le pido a Jesús y a la Virgen de ayudarme a no volver a la calle y a la droga, y lo mismo le pido a mis compañeros, que busco ayudarles. En mi futuro me gustaría ser carpintero. Agradezco a Don Bosco y todos mis educadores por el bien que me han hecho.

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