ANS Roma, junio 2015.-  A poco más de un mes de distancia de la clausura del Encuentro de los Obispos Salesianos en los lugares de Don Bosco, hemos pedido a Mons. Timothy Costelloe, arzobispo de Perth, en Australia, poder compartir algunos puntos interesantes y reflexiones.

¿Cuál sería su mejor recuerdo de aquel encuentro?

El Encuentro de los obispos salesianos en Turín, el pasado mes de mayo, ha sido mi primera ocasión de pasar algún tiempo en Valdocco, en la cuna de nuestra Congregación. Para mí, pues, ha sido una estupenda ocasión de profundizar en mi identidad como salesiano y de llegar a comprender más intensamente el espíritu de Don Bosco. Ha sido también la primera vez de encontrarme personalmente con nuestro Rector Mayor, Don Ángel. Aunque él había estado en Australia precisamente antes de venir yo a Turín, mi diócesis se encuentra en la parte opuesta del país, a cinco horas de vuelo de Melbourne, razón por la cual no me fue posible saludarlo en aquella ocasión. Su presencia en Turín ha sido otro medio con el que he podido dar “nueva fuerza” al sentido de mi identidad salesiana.

Para usted, ¿quién es María Auxiliadora?

Muchos de vuestros lectores puede ser que ignoren que cuando los Salesianos llegaron a Australia, en 1920, descubrieron que el país había ya sido puesto bajo la protección de María Auxiliadora por los obispos australianos. Por ello, y debido a la poderosa influencia irlandesa en el primitivo catolicismo en Australia, la devoción a la Madre del Señor es una característica que identifica a la Iglesia de mi país. En mis años de formación salesiana, especialmente bajo la influencia del biblista don Francis Moloney, SDB, llegué a ver a María como la gran mujer de fe y, como la primera y mejor discípula de su Hijo. Como salesiano también he tenido la conciencia de que María es una presencia siempre real y activa en mi vida, que me sostiene con sus oraciones y con su presencia siempre a mi lado. En mi papel de Obispo, con todos los desafíos que esto comporta, me encuentro a mí mismo al recordar constantemente el consejo de Don Bosco cuando recomendaba la difusión a María Auxiliadora para experimentar lo que realmente era un milagro. Miro de confiarme cada mañana a la oración de María y me siento feliz al pedirle cada día su protección sobre la Iglesia de mi archidiócesis y de encomendarle el cuidado de todos aquellos que se confían a mis oraciones.

¿Qué representa Valdocco, para usted?

Habiendo sido el Encuentro de los Obispos Salesianos mi primera oportunidad de pasar unos días en Valdocco, mientras estaba allí he buscado la manera de recrearme de aquel ambiente todo lo que he podido. Para mí, tal vez, el valor auténtico de la experiencia haya sido la calma, los momentos de paz, en que los peregrinos habían vuelto a su casa y yo podía pasear por los patios del Oratorio y sentarme tranquilamente en la Capilla de San Francisco de Sales. Estos son los lugares en los que las historias y hechos que todos conocemos tan bien, han tenido lugar de verdad. No era difícil imaginar a Don Bosco en los patios del Oratorio, alrededor de la Basílica y casualmente bajo las ventanas donde tenía sus aposentos. Uno podía sentarse tranquilamente en un pequeño rincón detrás del altar en la iglesia de San Francisco de Sales, donde Don Bosco sorprendió al joven Domingo Savio que seguía rezando allí tiempo y tiempo aun después de terminada la misa. Podías detenerte en el umbral desde el que Don Bosco distribuyó los panecillos para el desayuno, llegando a alimentar a todos sus muchachos, aunque no hubiera muchos panes en el cesto. Podías ver la ventana a través de la cual alguien disparó a Don Bosco, en un atentado que, gracias a Dios, no llegó a tener consecuencias graves. Y no era tan difícil imaginar a Don Bosco paseando por los patios alrededor de la Basílica, precisamente bajo las ventanas  de sus aposentos, ni a Mamá Margarita llamando a los chicos a la hora de cenar, o a Don Bosco, con sus jóvenes a su alrededor mientras hablaba con ellos de la importancia que tenía para ellos el hecho de saber que eran amados. He vuelto a Australia con una conciencia mucho más profunda de lo que quería decir don Václav Klement cuando, poco tiempo después de mi ordenación episcopal, me dijo que debería hacer todo lo posible para ser  no solamente un obispo que había sido salesiano, sino más bien un salesiano, que aun siendo obispo, está llamado a vivir la vocación salesiana en su nuevo servicio a la Iglesia.

¿Qué podría hacer, a partir de mañana mismo, para vivir más “salesianamente” su ministerio episcopal?

Es evidente que los Salesianos están destinados a existir “para los jóvenes y con los jóvenes”. Al volver a casa he decidido dedicar todo el tiempo posible a los jóvenes de la archidiócesis. Tenemos un amplio montaje escolar y estoy pensando en la manera de hacerme presente lo más posible en las escuelas. Estoy pensando también en hacerme más presente entre los seminaristas, llevándoles algo del espíritu de la Familia Salesiana. Justamente hace muy poco he bendecido e inaugurado la primera escuela dedicada a  San Juan Bosco en nuestra archidiócesis. Espero que sea una verdadera y exacta encarnación de nuestro espíritu salesiano. Y espero visitarla con frecuencia.

Cada día estoy más convencido de que, además de nuestra atención a los jóvenes, el corazón de nuestra espiritualidad salesiana se encuentra en la famosa advertencia de la Carta de Roma: no basta con amar a los jóvenes – tienen que darse cuenta de que son amados. Esto expresa lo que yo considero como una visión especial de Don Bosco, recibida como una gracia del Espíritu Santo, en el inmenso misterio de Cristo. Don Bosco comprendió la manera de amar del mismo Jesús y lo hizo alma y corazón de la propia misión y la vida spiritual de la familia que fundó. Era un modo de amar a la medida de las particulares exigencias de cada persona. Jesús se hizo cargo de Zaqueo de una manera, de Simón Pedro, de otra; con la adúltera de otro modo y de otro modo también con la mujer que le había lavado los pies con sus propias lágrimas. En cada caso Jesús ha mostrado su amor de una manera práctica y fácilmente reconocible por la persona interesada. Jesús podía decir o hacer exactamente lo que cada uno necesitaba si aquella persona creía de verdad que él o ella era amada. Este ha sido el secreto de Don Bosco: él lo había captado de una manera instintiva. ¡Tal vez fue por esto que cada joven del Oratorio creía ser el predilecto de Don Bosco! Mi esperanza, al volver de Turín, es que pueda vivir esta espiritualidad cada día, sobre todo, en los encuentros con sacerdotes y también con todas las personas  de la archidiócesis.

¿Qué consejo nos daría usted para llevar de nuevo la Iglesia a los jóvenes?

Gran parte de mi respuesta a esta pregunta se encuentra en la respuesta precedente. No basta con decir que tenemos que amar a los jóvenes, nosotros  los que formamos parte de la Iglesia, que desempeñamos el rol de guías o de otros cargos en la Iglesia. Tienen que darse cuenta de que les amamos. Tienen que sentir y creer que les amamos, que queremos verles con nosotros, que estamos siempre dispuestos a escucharles, a tener paciencia con ellos y perdonarles cuando nos defraudan, y que nos sentimos bien de pasar el tiempo, aun en el caso de que nos parezca que lo perdemos, con ellos. En una palabra,   debemos “acogerles”, que sientan que son siempre bienvenidos.

Y, finalmente, parafraseando a Don Pascual Chávez, “el mayor desafío que debemos afrontar hoy con los jóvenes es el de llevar a Cristo a cada uno de ellos y a ellos a Cristo.” Tenemos que seguir preguntándonos cómo podemos reflejar en verdad el rostro de Cristo en ellos, cómo podemos seguir siendo signos e instrumentos de su presencia, cómo podemos ser signos e instrumentos de su presencia en medio de ellos, y cómo podemos ayudarles a descubrir la belleza y el atractivo de Cristo. Domingo Savio lo había logrado: “Jesús y María serán mis amigos”.  Sigamos buscando la manera de invitar a  los jóvenes a hacerse amigos de Jesús y dejar que Jesús sea su amigo. Y para lograrlo, naturalmente, somos nosotros los que tenemos que estrechar nuestra amistad con Jesús y permitirle que Él sea nuestro amigo. No estoy muy seguro de que nosotros vivamos siempre como si Jesús fuera realmente importante para nosotros como lo pueden ser nuestros mejores amigos. No estoy seguro de que vivamos siempre, y cito las Constituciones, como si “su amor (de Jesús) pueda de verdad llenar nuestra vida”.

Don Bosco nos ha indicado el camino. No olvidemos que no es un recorrido fácil. ¡Encontraremos espinas escondidas entre las rosas! Pero es un sistema que funciona.

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