"Sueño con un mundo que aprendió a ponerse de rodillas porque reconoce, valora y respeta lo sagrado, porque sabe que el único infinito es Dios". Mis queridos amigos, les saludo con mucho cariño en estos días santos esperando que todos estén muy bien y en todo bendecidos por el Señor.

En circunstancias muy nuevas nos ha llegado la Semana Santa del 2020 y creo que si bien, todas las Semanas Santas nos llaman a la reflexión, a la oración y a la contemplación de los misterios que nos han dado vida nueva, esta Semana Santa lo está haciendo con un énfasis muy especial y particular.

De hecho, este año se callaron las acostumbradas voces que invitaban a vivir la Semana Santa como una fiesta o un paseo en la playa, donde lo importante era celebrar entre amigos, pero casi siempre con dolorosos saldos de ahogados y fallecidos en accidentes de tránsito. Este año no vimos con el brillo de siempre las grandes propagandas que nos invitaban a comprar y comprar tantas cosas innecesarias, como simples víctimas del consumismo. Este año no se anunciaron promociones en hoteles o centros turísticos para vivir las “vacaciones de Semana Santa” como algo desencarnado de la fe en un Dios que ha dado la vida por la humanidad.

Y los más impresionante de todo, al menos para nosotros los creyentes, este año las iglesias estarán cerradas y vacías, ninguna procesión saldrá a las calles y las celebraciones se harán a puerta cerrada, por lo que la única opción será seguirlas por los distintos medios de comunicación que tenemos al alcance. Bendito sea Dios que en este aspecto se han multiplicado las iniciativas, algunas de ellas muy laudables.

Entonces nos preguntamos, ¿nos echó a perder la Semana Santa, esta pandemia que nos invadió sin avisarnos? Yo diría que no solo no la echó a perder, sino que nos ayudó a redescubrir su significado más profundo.

Los que hemos nacido de la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha, nunca habíamos vivido algo así y todo cambió en razón de esta pandemia. Nos parece algo insólito. Y es que a lo mucho habíamos oído hablar de pandemias, de pestes que terminaban con la vida de miles de personas, pero en otras épocas, en otros lugares. Habíamos oído hablar del tema, como algo totalmente ajeno a nosotros y a nuestra historia. Jamás imaginamos que seríamos testigos de una situación similar.


Y hoy es el tema, un tema que ha logrado saturar las redes sociales y los medios de comunicación con noticias constantes y un millón de opiniones donde cada una pretender ser la verdadera a pesar de la diversidad de enfoques y contenidos.

Y claro que es muy normal que algo tan nuevo, haya generado el más variado abanico de reacciones y opiniones, poniendo en evidencia tanto a aquellos que haciendo mofa del momento publican memes con todos los colores del humor, y como a los que han sido atrapados en el pánico colectivo sufriendo terriblemente y haciendo sufrir a los demás.


Pero lo más impactante, lo más doloroso es el hecho de los miles y miles de infectados y muertos en tantos países del mundo. Es una verdadera tragedia mundial.


Y mientras el mundo se debate en el dolor, en el temor y en la impotencia, buscando desde la ciencia y la medicina algo de consuelo, una solución que pueda convertirse en la esperanza de tantas personas afectadas, vemos, por un lado a los grandes analistas tratando de descubrir al responsable o “creador del virus”, argumentando propósitos insólitos movidos por intereses políticos y/o económicos, y por otro, a los escépticos o indiferentes a quienes no les importa nada y tratan de evadir, en forma muy errónea, todas las medidas de seguridad dadas por las autoridades de salud, obligando, incluso, a activar el brazo duro de la ley.

Y en medio de tanto dolor, también hemos sido testigos de los más hermosos gestos de humanidad, desde los cuales se atiende con ejemplar generosidad la necesidad de tantos que directa o indirectamente se han visto afectados por la situación en la que nos encontramos todos. Que Dios bendiga y premie tanta calidad humana y cristiana.

Algunas personas me han preguntado qué pienso, qué opino de todo esto, pero creo que aun es muy temprano para simplemente sumar una opinión más a las que ya existen, pues no tengo en este momento todos los elementos objetivos que quisiera, para poder decir algo que realmente valga la pena. 

Pero sí quiero decirles que motivado por todo lo que estamos viviendo, me he atrevido a soñar y es mi sueño lo que les quiero compartir.

Esta experiencia ha tocado las fibras más profundas de nuestra sensibilidad humana y nos ha sacado de la indiferencia a la que tristemente nos habíamos acostumbrado, nos ha enseñado a valorar y cuidar más la familia que tenemos, los amigos que tenemos, los vecinos que tenemos; que las personas valen más que las cosas, que es más importante regalar cariño, afecto y cercanía que los artículos que nos habíamos acostumbrado a dar, llenando la vida de los nuestros de cosas innecesarias.

Es por esto que sueño con un mundo más humano, más justo, más generoso, un mundo que ha aprendido que el personal sanitario en un hospital vale mucho más que un jugador en un estadio o que cualquier famoso del mundo, cuyo silencio extrañamos ante los hechos que estamos viviendo.

Es por esto que sueño con un mundo que se aleja de la corrupción eliminando la terrible praxis de subir escalones sociales y políticos pisoteando a otros, sueño con un mundo que ha aprendido a minimizar la violencia en todas sus expresiones bajando así los altos índices de homicidios que diariamente se reportan en nuestros países; sueño con un mundo que aprendió a ser solidario con los más necesitados y se ha comprometido a eliminar esos cuadros de hambre y desnutrición que cada año terminan con la vida de tantos niños y ancianos en nuestros países. Sueño con un mundo que aprendió a invertir sus mejores recursos en salud y educación garantizando que ya no haya niños y jóvenes sin derechos ni oportunidades, mal llamados “de la calle”, como si fuera la calle la responsable de su presente y de su
futuro. Es por esto que sueño con un mundo que ha aprendido a valorar la vida y que dejará de promover campañas en favor del aborto o de la eutanasia.

Por otro lado, siento también que esta experiencia ha tocado profundamente nuestra sensibilidad espiritual, recordándonos que de Dios venimos y a Dios vamos, que sin Él no podemos hacer nada, por lo que también sueño con un mundo que aprendió a abrir su corazón a Dios, que aprendió a reconocerlo como su Señor y Salvador. Sueño con un mundo que aprendió a orar, a comunicarse con Dios, sueño con un mundo que, finalmente, aprendió a mirar al cielo porque estaba dramáticamente acostumbrado a mirar solo a la tierra.

Sueño con un mundo que aprendió a ponerse de rodillas porque reconoce, valora y respeta lo sagrado, porque sabe que el único infinito es Dios y que nunca el hombre es tan grande como cuando está de rodillas, pues por más estrellas que ostente tener bien o mal ganadas, nunca dejará de ser humano y limitado.

Sueño con un mundo que finalmente, después de tantos ensayos, aprendió a decir “Padre nuestro que estás en los cielos...” y aprendió a vivir el Evangelio sintetizado en el nuevo mandamiento del amor: “Que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.

Queridos amigos, concluyo estas líneas, haciéndoles una cordial invitación a llenar de la esperanza cristiana el momento que vivimos, a dejar que la oblación de nuestro Señor Jesucristo en la cruz realmente transforme nuestra vida y que la luz resplandeciente del Resucitado, que hace nuevas todas las cosas, nos lance como discípulos y apóstoles a anunciar al mundo que Dios está vivo, que Él es el Señor de la historia, que ha muerto y resucitado por nosotros y que solo el amor redime.

Por lo tanto, a pesar de la pandemia, sí es posible vivir con toda calidad la Semana Santa.

Su amigo y servidor,

P. Angel Prado Mendoza. sdb

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